lunes, 23 de enero de 2012

La Última Carrera del Rayo McQueen


Odio en secreto al Rayo McQueen. Me parece un personaje nefasto, irreflexivo, vanidoso, arrogante, inmaduro, fatuo y caprichoso. En fin, lo que se dice un verdadero patán y un muy mal ejemplo para los niños. Nunca externo mi opinión al respecto por no ofender la sensibilidad de mi hermana, quien debido a estar implicada sentimentalmente, de manera indirecta, al personaje lo defiende a capa y espada. Ella dice que lo mío no es más que un resentimiento patético de tío fracasado que no puede tolerar la idea de que un carro de carreras sea el ídolo de mi sobrino, mientras que a mí, el susodicho enano no me guarda el más mínimo respeto.

No está de más decir que me cae re gordo ver a mi sobrino actuar como si fuera el mentado bólido. De hecho, el mismo pregona, muy orgulloso, a los cuatro vientos en el paroxismo de sus diabluras ser el propio McQueen en persona. En cuanto llega a casa de la abuela, que lo alcahuetea más que Doña Naborita a Gordolfo Gelatino, se dispara a hacer travesuras con la misma energía que el Rayo sale a la pista para ganar la Copa Pistón. En esas ocasiones, es muy común que un servidor, sin deberla ni temerla, aterrice de espaldas en el piso por pisar algún carrito que el hooligancito haya dejado tirado a la mitad de la sala y que, mientras trate de recuperarme, vea pasar frente a mí al pequeño ciclón en franca tarea de devastación, dos pasos atrás a la madre corriendo mamila en mano, seguida finalmente de la abuelita tratando de ponerle al vuelo un suéter, porque siempre hace mucho frío. Generalmente espero algunos segundos más antes de incorporarme en la esperanza de que complete el desfile el cura de El Exorcista viniendo a poner en orden al vándalo. Cómo esto último nunca sucede, termino poniéndome de pie mientras me sobo salva sea la parte con resignación y me voy a leer a mi cuarto.

Al poco rato, el émulo de McQueen entra a los pits, y como parte de su descanso me visita en mi cuarto. Se para frente a mi librero. Toma un libro verde. Lo lleva hasta donde estoy y al entregármelo me ordena: “Léeme un cuento del Rayo McQueen”.

Quiero hacer un paréntesis en este punto para aclarar, enfáticamente, que no poseo ningún libro de cuentos del Rayo McQueen. El mentado libro verde pertenece a una colección de Grandes Biografías del Siglo XX. Sin embargo, y con el único fin de salvar al enano de ser abducido por Pixar, lo dejo en el error y aprovecho para iniciar una campaña de desprestigio en contra de su ídolo. En los cuentos que le leo a mi sobrino el Rayo McQueen es peor que Fu Manchú. Entre sus aventuras le cuento que el Rayo ha contrabandeado alcohol en Chicago, asesinado a sus esposas para cobrar la herencia, piratea música y películas en internet, es miembro de Al Qaeda, alumno de la maestra Gordillo y que celebra, hasta con confeti, los chistes del payaso Platanito.

Reconozco que el efecto es contrario al esperado. Al parecer, en lugar de disminuirse la imagen del ídolo ante los ojos de mi sobrino, solo consigo recargarlo de la energía del Rayo y acto seguido sale de pits con llantas nuevas y tanque lleno para terminar de dejar la casa como una maqueta doméstica de Radiador Springs. En un santiamén se pone de vuelta en el carril de alta de las travesuras ya sea colgándose del ventilador, escondiéndole el bastón al abuelo, sacando la pasta de dientes del tubo, rayando las paredes de la sala o encerando con vapo-rub la mesa del comedor.

El día de su tercer cumpleaños las cosas no fueron muy distintas. Al pequeñín le fue organizada la típica fiesta de jardín con parientes, amigas de la mamá y vecinas desconocidas con niños de la edad. Amparado por el hecho de ser el festejado, el infante se soltó desde temprana hora a incordiar a todo el mundo, contrastando con los demás chaparros que eran controlados por las miradas vigilantes de sus respectivas madres y en especial con su primo Chavita, un bebé de la mitad de su edad que de tan bien portado he llegado a sospechar que en realidad fue comprado por catálogo y usa baterías doble A. Así que, después de partir la piñata, embarrarse de pastel la camisa nueva y tirar la mesa con refrescos encima de los invitados, se podía decir que ya le llevaba más de una vuelta de ventaja al bebe zen y a los demás niños en eso de hacer travesuras cuando de repente apareció… ella.

En realidad no sé el verdadero nombre de la susodicha, así que para simplificar la llamaré Sally. Lo único que si les sé decir es que es hija de una vecina y que es un año mayor que mi inocente sobrino. Sally después de observar a través de sus grandes pestañas la velocidad disruptiva de su próxima víctima de pronto detuvo la música y atrayendo la atención de los presentes se manifestó en voz muy alta, muy clara y en el siguiente orden:

¬ Carlitos es mi héroe, mi amor y mi príncipe.

A partir de ese momento ni Taurus Do Brasil lo habría hecho mejor. Algo pasó con nuestro McQueen, no sé si las flechas se le dispararon o el sinfín se le terminó, lo cierto es que su motor paró y el festejado anduvo como a remolque detrás de la carrita por el resto de la tarde. Al abandonar mi sobrino la carrera, todos los demás niños, a la hora de dar la nota en la fiesta, entraron a la meta antes que él. Bueno, con decirles que hasta Chavita tuvo su momento de gloria cuando lloró para exigir una mamila.

Yo por mi parte estoy desde entonces muy preocupado puesto que el pequeño vándalo ya no hace más estropicios por donde pasa, ni me viene a pedir que le lea cuentos sobre el Rayo McQueen e incluso me he enterado que es común que lo visite la tal Sally y hasta le presta sus juguetes sin hacer berrinches. Nada de esto me huele nada bien. Así que, a pesar de que el Rayo McQueen no es santo de mi devoción, creo que esta vez le prenderé una vela, pues pensándolo bien, hay ocasiones en que ser arrogante, vanidoso, irreflexivo y, en resumen, un verdadero patán, no está tan peor, sobre todo si se trata de rescatar a un alma que, a tan tierna edad, ha quedado expuesta a las fuerzas del mal. Prefiero ver a mi sobrino abducido por Pixar y no por una mini lagartona de las que si no aprende a defenderse desde ahora no habrá manera de augurarle otra cosa en la vida que no sea un siniestro porvenir.

Ahora ya saben, al enano le espera esta semana doble función diaria con permanencia voluntaria de Cars 1, 2 y todas las derivaciones que encuentre de la misma, para así completar un maratón terapéutico del Rayo McQueen, con el cual espero que mi sobrino recupere los malos ejemplos.

miércoles, 11 de enero de 2012

Mitología





















Dos años antes de su muerte, Joseph Campbell fue entrevistado por el periodista Bill Moyers para la cadena PBS. La entrevista fue tan larga que hubo que realizarla en dos partes hasta completar veinticuatro horas de grabación, las cuales se editaron para producir una serie de televisión de seis horas.

Joseph Campbell, un estudioso de la importancia de los mitos en el comportamiento individual y colectivo del hombre, fue autor de dos obras fundamentales: El Héroe de las Mil Caras y Las Máscaras de Dios. En su diálogo con Bill Moyers, donde uno hubiera esperado un discurso circunscrito a los especialistas, antropólogos y sociólogos, de pronto se encuentra con una erudición desbordada que amalgama mitos antiguos de héroes y dioses legendarios con realidades cotidianas de gente común.

Campbell concebía al mundo como una metáfora o como un conjunto de ellas, dicho de otra forma, la suma de lo que cada uno de nosotros ha idealizado del mismo. En este sentido, si se comparan las historias y leyendas de las diferentes culturas se encuentra que los mitos son arquetipos que rigen el comportamiento de los elementos de una sociedad, marcando sus roles y fases vitales. Una vez que se ha aceptado que la vida en realidad no obedece a un guión preestablecido, la comunidad deberá inventarse un modelo de convivencia que le permita funcionar y esa es la función principal de sus respectivas mitologías.

Debido a lo anterior, no solo existen leyendas que cuentan historias similares entre diferentes culturas sino que además existen culturas que comparten mitos. Las historias de Osiris, Dumuzi, Telipinu y Perséfone tienen puntos de coincidencia y significados muy parecidos, si se atiende al análisis de autores como Robert Graves o G.S. Kirk, mientras que en mitos como el del Diluvio se puede detectar, sin la ayuda de la academia, prácticamente la misma historia con pequeñas variaciones en los textos hebreos, sumerios y griegos.

Académicos como Carl Jung, Mircea Eliade, Levi Strauss y Roland Barthes encuadran los mitos dentro de un marco antropológico o psicológico, y autores menos formales como Zecharia Sitchin aventuran teorías antediluvianas sobre una civilización madre a partir de la mitología sumeria. Campbell compara las diferentes mitologías para encontrar las claves comunes que se encuentran detrás de las dinámicas sociales y desarrollos culturales de los diferentes pueblos en el mundo. Por ejemplo, para Campbell hay una conexión entre las pirámides mesoamericanas y la pirámide del Gran Sello impresa en los dólares americanos, la cual encierra un simbolismo que cumple la misma función fundacional en dos sociedades que están separadas en el tiempo por más de dos milenios.

Así, dentro del marco de la mitología comparada se realizó el planteamiento de las interrogantes que Bill Moyers propuso para la entrevista con Campbell. En dicho esquema inquisitivo Moyers procuró hacer que Campbell tocara los grandes temas comunes en los mitos: el mito y el mundo moderno, el viaje interior, el ciclo del héroe, los dones de la Diosa Madre, el amor y el matrimonio y, finalmente, la visión de la eternidad.

Uno de los momentos más memorables de la entrevista es cuando Campbell sostiene que la crisis mundial de valores que actualmente vivimos es un proceso lógico de apertura y confrontación social y cultural en un mundo que se vuelve cada vez más abarcable para el ser humano. La aparición de la crisis reclama una nueva mitología que refunde una convivencia armónica global. En otras palabras, ahora que el hombre tiene la oportunidad de ser contemporáneo a los demás hombres, ha perdido sus historias originales y se ha confundido en la diversidad, terminando por desarraigarse, quedando su espíritu a la deriva y refugiándose en el individualismo.

En este punto, Campbell ve la necesidad de crear nuevas historias que provean arquetipos que eviten la muerte de las religiones, aceptando que las religiones se sostienen en mitos, y sirvan como modelos que marquen nuevas pautas hacia una dinámica social y un desarrollo cultural universal. En este sentido, Campbell no se muestra muy entusiasta de la pervivencia de las doctrinas de libro, en su sentir solamente el budismo, con esa mezcla de misticismo y filosofía, tiene características que la harían adaptable a la vida contemporánea en el largo plazo.

La entrevista Moyers-Campbell se puede resumir de la siguiente manera: lo que la mitología comparada nos enseña es que la vida en sí misma no se trata de nada sino que es el quehacer humano el que le da forma. Y dicho quehacer está regido inconscientemente por los cuentos que en la infancia nos contaban nuestras abuelas, que son en la mayoría de los casos, pequeñas variaciones de los que a ellas les contaron las suyas y así, retrospectivamente, hasta llegar a las historias fundamentales que conforman las mitologías que crearon las antiguas civilizaciones.