martes, 17 de abril de 2012

Es 3




El estrés es algo esencialmente positivo. Es una señal de alarma que pone en guardia al organismo ante cualquier situación externa que implique peligro. El problema empieza cuando el estrés se queda y el peligro se va. Es entonces cuando la mente del individuo comienza a fabricar un reflejo distorsionado de la realidad trastornando hasta las funciones más básicas de su organismo.

Habría que reconocer que instintivamente tenemos dos diferentes ópticas para esa distorsión de la realidad: una objetiva para cuando el estresado es otro y entonces el estrés es casi un rasgo de personalidad; y una subjetiva para cuando el estresado es uno mismo y entonces el estrés es una fatalidad que se asemeja a un paseo entre tinieblas de la mano de El Ángel Exterminador. Una tercera óptica, sustentada por los profesionales en el tema, es la científica. En ella, básicamente, se entiende al estrés como un desequilibrio químico del cerebro.

Bajo un óptica objetiva, Norman Bates, Esther Stress, Nicolás Tranquilino y Las Histéricas de Liliana Felipe son la misma cosa: personajes que mal forman su entorno. Sus personalidades capturan e interiorizan tan mal el día a día que cuando se manifiestan terminan impregnando todo con su caos interior. Su estrés es culpa de ellos y de su manera de ser. Gente que, como le diagnosticaría el doctor Cardoso al señor Pereira en la famosa novela de Tabucchi, tiene un problema severo de súper ego.

La valoración cambia en la subjetividad. Cuando el estresado es uno mismo, uno no va andar por la vida explicando que hay ciertas cosas que nos preocupan tanto que a veces cruzan la frontera del miedo y entonces nos provocan parálisis y la parálisis trastornos de ansiedad, con el riesgo de que la ansiedad se transforme en depresión llegando en ocasiones a hacérsenos atractiva la idea de ir a comprar una cuerda para colgarnos. Como la gente no va a entender nada de esto, sin descontar que es muy poco probable que les importe, no queda más remedio que mostrar una permanente irritación con quien tenga la mala suerte de cruzarse con nosotros.

Obviamente, en esta espiral descendente hay un motor, aparte del temor, que ayuda a empujar nuestra voluntad hacia abajo y es la somatización del estrés. Desde el momento en que el rey se sienta en el trono y descubre que su sangre aunque plebeya también tiñe de rojo hasta que se adquiere algún mal severo o incluso terminal hay una amplia gama de miserias pequeñas y medianas que se pueden padecer y que harían palidecer al Egipto de las plagas bíblicas.

Para resolver el problema habrá primeramente que reconocer que estamos afectados y la causa de lo que nos afecta. Contaba Germán Dehesa en una entrevista que en alguna ocasión fue invitado a dar una serie de conferencias para Neuróticos Anónimos y comenzó pidiendo al auditorio: “A ver, que levante la mano todo aquel que se sienta capaz de salvar a México”. Después de la masiva respuesta de manos al aire entre el auditorio, el brillante periodista concluía: “¿Ya ven cabrones porque están neuróticos?”. Así que, aislemos nuestros verdaderos conflictos para poderlos enfrentar. Reconozcamos, como bien dice la sabiduría popular, que: “De los cien problemas que tengo en la vida uno es por no saber y los otros noventa y nueve por andarme metiendo en lo que no me importa”.

Afortunadamente existe la visión científica que es aquella en la cual los expertos opinan y es altamente recomendable acercarse a ella para comprender lo que genera nuestro estrés. Por medio de una visión científica el doctor nos describirá mediante un cuadro sinóptico el proceso sináptico e identificará a la serotonina como la sustancia que empaña el espejo de nuestra realidad.

Y es que la sensación continuada de peligro aumenta la actividad cerebral estimulando el sistema nervioso simpático hasta el punto de dejar de hacer gracia puesto que, llegado a cierto límite, se dispara una producción indiscriminada de serotonina por parte de las neuronas, lo que provoca que al cabo de malgastar el neurotransmisor en insomnios y temores este termine por agotarse lo cual precipita estados de depresión, ansiedad, migraña, alteraciones en la alimentación y otras lindezas que pueden provocar graves círculos viciosos al funcionamiento de nuestro organismo.

La solución a esto consiste en ir en busca de la serotonina perdida. Primero habrá que conseguir que se deje de producir serotonina a lo tonto. Esto se logra ayudando a la mente a descansar por medio de un ansiolítico, para después mediante un antidepresivo nivelar nuevamente los niveles de la neurotransmisión en la sinapsis. Es importante la supervisión profesional en todo este proceso de rehabilitación por el riesgo adictivo de las benzodiacepinas, que son las que inhiben la actividad cerebral excesiva.

Autores como David D. Burns y Albert Ellis identifican modelos conductuales, además del modelo biológico recién descrito, que ayudan a superar trastornos de ansiedad y depresión sin ayuda de fármacos. En el caso de Burns, este autor reconoce tres modelos. En el primero se propone al paciente cambiar su manera de pensar ejercitándose en corregir las distorsiones que de la realidad hace su mente. En un segundo modelo propone dejar de huir y hacer frente a los miedos que provocan su estrés y en un último modelo nos propone liberar las emociones ocultas expresando abiertamente nuestros sentimientos hacia las personas y las situaciones que nos incomodan.

Si se es un superviviente, se está en plena rehabilitación o simplemente se desea prevenir el caer en un cuadro de estrés crónico es muy importante informarse adecuadamente. Un gran porcentaje de la recuperación y la prevención está en una actitud positiva y no dejarse arrastrar por las falacias del mundo moderno. Ignore al cretino de su jefe cuando lo quiera convencer de que la gente rinde mejor bajo estrés porque después no va a hacerse responsable si a usted le da un síncope.

Cuando corren tiempos perros: “Pienso, luego temo” es la máxima y con ella un círculo tóxico que se conforma de angustia, preocupación, nerviosismo, miedo, tensión, pánico y fobias. Sin embargo le propongo, amigo lector, que mañana al despertar piense que la parálisis existe sólo en la ficción surrealista de Buñuel, que la ansiedad es un joropo venezolano, que la depresión es solo una forma de nostalgia por los poemas de Alfonsina Storni y el suicidio un tópico de las novelas de Murakami. Lo único importante para nosotros, habitantes del presente, es que afuera hay un gran día que nos espera para vivirlo a plenitud.