lunes, 30 de noviembre de 2015

El Loco la Picó


En el gol más bonito de los mundiales, el balón jamás entró en la red. Fue en aquella jugada en la que Pelé finta a Ladislao Mazurkiewicz y al volver por la pelota y chutar, ésta se escurre hacia afuera pegadita al poste. Fue una especie de gol moral. La jugada es tan pinturera que muchas veces la incluyen en los documentales de la época como esperando que las repeticiones le hagan justicia a la plástica futbolera. Esa jugada fue también, por mucho tiempo, la última que dio testimonio de la presencia de la selección uruguaya de futbol como protagonista en el balompié mundial.

Protagonista siempre muy principal. Uruguay fue el campeón olímpico y la sensación transcontinental de los años veinte. Además de coronarse en dos ocasiones campeón mundial de futbol, una jubilosamente en el Estadio Centenario de Montevideo y la segunda, trágicamente en el Estadio Maracaná de Rio de Janeiro. Hasta el mundial de México en 1970 fue una presencia intimidante para cualquier rival pero después se diluyó en el plano internacional. Decía Galeano que en esa época oscura para el futbol uruguayo la esperanza dio paso a la nostalgia porque está última no requería ningún esfuerzo.

En esos años oscuros, la celeste hizo apariciones muy modestas en competiciones internacionales. Hasta que Oscar Washington Tavarez llegó a la dirección técnica de la selección uruguaya con un proyecto que exigía mucho sacrificio, solidaridad y esfuerzo, donde no cabía darse el lujo de las ensoñaciones. Se trataba de recuperar la garra charrúa en el lugar donde se había perdido. En el campo de futbol y en el corazón de los uruguayos. Así, dejando atrás el pretender triunfar por el peso de la historia y matándose en la cancha, conscientes de la necesidad de recuperar el lugar perdido entre los grandes, el equipo de Tavarez consiguió ser el último invitado al mundial de Sudáfrica en 2010, tras un duro repechaje frente a Costa Rica.

Una Francia desastrosa, una selección anfitriona decepcionante y un México bastante medianito en la cancha le permitieron a los charrúas evitar a Argentina en octavos y enfrentar a una selección de Corea del Sur mucho menos complicada que los gauchos. Superado el trámite de octavos sin problemas, Uruguay de pronto tomó conciencia de que estaba a un partido de volver a una semifinal de copa del mundo después de cuarenta años. Solo que para eso tenía primero que derrotar a Ghana, la última esperanza africana, en uno de los partidos más memorables en la historia del futbol. Esto fue lo que sucedió el 2 de julio de 2010 aquel partido en el estadio Soccer City en Johannesburgo:

Un zurdazo de Muntari desde fuera del área antes de finalizar la primera parte pone a Ghana adelante en el marcador. Toda África y los aficionados europeos, políticamente correctos, celebran como corresponde. Poco les dura el gusto. Diego Forlán anota de tiro libre al cobrar una falta del defensa ghanés John Pantsil sobre el uruguayo Jorge Fucile, al comienzo del tiempo complementario. El empate se mantiene hasta el final del tiempo regular.

Los tiempos extras comienzan a cosechar angustia en ambos bandos. Los treinta minutos adicionales no abonan en nada a la definición del partido, más que ansiedad. En el último minuto del segundo tiempo extra Luis Suárez suplantando las labores del arquero saca un gol africano cantado de la línea de meta. Penal y roja sin discusión. Suarez se encamina a los vestidores entre lágrimas de frustración. Todo el esfuerzo realizado durante dos horas de juego se convertía en nada en el último minuto pero, antes de llegar al túnel, voltea para testificar la catástrofe y ocurre el milagro. Su mano no se convirtió en sal. Asamoah Gyan, la estrella del equipo africano, acababa de estrellar el balón en el travesaño y lo mira escaparse a la estratósfera llevándose con él el pase a semifinales para Ghana. Suarez se vuelve loco y pega la carrera para celebrar la resurrección charrúa ante la mirada atónita de la autoridad que lo escolta. Al final nada estaba perdido y todo volvía a empezar para los dos equipos.

Llegó la definición por penales. Cobra primero Uruguay. Aparece Forlán en el manchón de penalti y se levanta un abucheo general en las gradas del que se hace eco toda África. Misma recepción para Victorino, Scotti y los demás. Sin embargo ninguno cede a la presión excepto el “Mono” Pereira que vuela el cuarto tiro penal. Muslera, el portero charrúa, se viste de héroe y ataja el tercero a Mensah, y el cuarto a Adiyiah. Las dos hinchadas están en ese momento al borde del infarto. Solo el “Loco” Abreu, abrazado a sus compañeros en el círculo central conserva la calma y pregunta a Fucile que se encuentra a su lado cada vez que sus compañeros cobran su turno: “El arquero, Fuci, ¿se movió?”. A lo que Fucile tuvo que contestar en tres ocasiones “Si Loco, se movió” pero la última vez agregó “Mirá Loco, picala y no me rompas los huevos”.

En el último penal, el rumor se empezó a extender entre los jugadores celestes en la mitad del campo: “El loco la va a picar”. Forlán con el corazón en vilo trató de conjurar la amenaza del sinsentido implorando a todos y a nadie: “No. Que no la pique. No da para picarla ahora”. Demasiado tarde. El rumor ya viajaba entre la hinchada celeste en las tribunas del Soccer City provocando histeria y soponcios. Los comentaristas televisivos volvían viral el temor charrúa. La de Toto Silveira fue la más desesperada de todas las voces uruguayas al micrófono cuando, al ver a Abreu caminar hacia el punto penal, le dice a Roberto Moar: “¡Ay No! Es capaz de picarla este anormal”. Pero todas esas dudas estaban de más. En todo Uruguay, México, Argentina, Brasil, España, Grecia y en cualquier parte del mundo donde hubiese jugado Sebastián Abreu lo sabían: el Loco la iba a picar.

Los hinchas tenían una pequeña esperanza de que no se arruinara todo en el último minuto y era que Abreu no se atreviera. La caminata de Abreu desde el centro del campo hasta el manchón penal fue interminable y exasperante, como la describiría el creador uruguayo Jaime Roos en el documental 3 Millones.

… y entonces el Loco la picó.

Dice Roos que el penal de Abreu fue uno de los goles más insolentes que le tocó ver en su vida. Este es el relato de Alejandro Figueredo del Canal 12 de Uruguay: Es la locura en Montevideo. La alegría en Artigas. La fiesta en Rocha. El color en Colonia. La emoción en Rivera. El salto en San José. La algarabía en Tacuarembó. La euforia en Salto. La risa en Treinta y Tres. El abrazo en Rio Negro. El grito en Florida. La explosión en Durazno. La pasión en Cerro Largo. El sentimiento en Soriano. La heroica Paysandú. La garra en Flores. El estruendo en Lavalleja, en Maldonado y en Canelones. Estamos viendo una película de amor por la Celeste.


Uruguay ejerció esa noche el famoso derecho al delirio propuesto por Galeano, las calles de Montevideo y la plaza Independencia se llenaron de alegría y de una linda locura que devolvía aquellos recuerdos confundidos con la leyenda para que pudieran volver a vivirse esa noche a orillas del río de la Plata. Se cuenta que alguien vio relinchar sin jinete al caballo de Artigas en la plaza porque el general se había bajado a celebrar junto al mar de gente coreando aquello que duró toda la noche: “El loco la picó, el loco la picó”. Mientras que discreto y feliz en algún lugar más tranquilo de la ciudad, quizá el café Brasilero, Galeano con una sonrisa pensaba, quizás, en un nuevo final para El Futbol a Sol y a Sombra.


martes, 24 de noviembre de 2015

Jodorowsky y Yo
























El paquete completo consistía de la edición especial del Tarot de Marsella con setenta y ocho cartas, un libro introductorio de pasta blanda encuadernado con arillo metálico, una especie de diario con hojas de colores para registrar las tiradas, un infograma muy popis a guisa de pronta referencia y una caja de lujo con cierre magnético.

Todas las mañanas practicaba con la tirada más sencilla que encontré, que consistía en descubrir tres cartas para saber cómo iba a ir el día. En esta se usaban solo arcanos mayores, decía mi libro que con ellos era suficiente para saber las directrices de una lectura, los arcanos menores eran más recomendados para dar detalles. Siempre me salía el Diablo… y otras dos.

Es pertinente aclarar que llegué a este punto por culpa de Jodorowsky. Si, comencé haciéndome el interesante con una gringa que me preguntó si lo conocía y yo de salido le dije que sí. Le aclaré que los conceptos que manejaba eran muy profundos como para explicárselos de una sola vez y que nos tendríamos que seguir viendo en aras de la precisión. Ella aceptó interesada y esto me permitió irme ipso facto a documentar: la psicomagia, el acto poético, la meta genealogía y sobre todo el tarot.

Con lo que no conté es que antes de embobarla me embobé yo con Jodorowsky. Los reto a que no lo hagan. Así como los cañonazos de Obregón me gustaría conocer al valiente que resista cinco minutos escuchándolo hablar sin sentir que su espíritu se eleva hacia el universo, navegándolo hasta sus confines dentro de una cáscara de nuez. Me pareció fascinante descubrir que el cerebro acepta la metáfora y uno puede curarse por medio de actos que funjan como alegorías liberadoras de nuestros traumas, que se puede crear otra realidad dentro de una existente mediante la poesía en acción, que podemos dejar de ser el vehículo de las personalidades que nos determinan por haber heredado sus nombres y sobre todo que podemos conocernos profundamente si aprendemos a leer en las cartas los rasgos que nos definen.

De todo esto resultaron dos cosas. La primera es que expulsé a la gringa de mi vida porque la encontré de una pobreza espiritual insultante (además no se dejó convencer) y la otra es que me obsesioné en ir a Paris a que me leyera el tarot Jodorowsky. Alguna vez había leído un artículo de Martín Solares donde detallaba su experiencia al visitar el café La Téméraire en la ciudad luz donde Jodorowsky lee el tarot todos los miércoles. De hecho me atreví a molestar a Martin para pedirle los datos exactos del hebdomadario ritual. Martín con infinita paciencia y cortesía se tomó la molestia de atender mi duda: “El café está en el boulevard Daumesnil de París. Jodorowsky echa las cartas por la tarde pero tienes que darte una vuelta muy temprano para que anoten tu nombre en una lista, y para eso te van a cobrar. Como a eso de las siete de la noche empiezan a llamar. Hasta aquí lo que preguntaste. Pero si aceptas un consejo y puedes ir a París aprovecha para conocer la ciudad en lugar de perder el día en eso”.

Nunca fui a París. En cambio, conforme iba avanzando en mi aprendizaje autodidacta de la cartomancia me fui atreviendo poco a poco a revelar ante mis amigos los recién adquiridos talentos. Una vez que me aceptaron en mi nueva faceta, me dediqué descaradamente a victimizarlos echándoles las cartas en cualquier lugar que los encontrara (así los tuviera que perseguir tres cuadras): en el café, en las bancas de los parques, en la cola del cine, en el asiento de al lado del autobús, en los salones de clase (vale aclarar que por esa época era yo estudiante) y hasta en el atrio de las iglesias a la hora de la kermesse. Confieso que no los culpo si me evitaban porque ahora que lo analizo les decía un montón de barbaridades. A un amigo le dije enfrente de su novia que pronto iba a encontrar el amor de su vida. A otro que me vino a consultar por un dinero que se le perdió le dije que el responsable era un empleado con gafas que acababa de contratar. Curiosamente el de las gafas me había consultado unos días antes y le vaticiné que pronto habría un cambio en su vida. Me queda la conciencia tranquila porque jamás mencioné nada que no saliera en las cartas. Luego, que lo haya interpretado correctamente, eso ya es otra cosa. En mi descargo diré que nadie nace sabiendo.

Así llegó el día en que Karen aceptó que fuera el heraldo de su buena fortuna. Karen era la responsable del área donde yo prestaba mi servicio social. Mujer seria y responsable, felizmente casada desde hacía más de una década y amorosa madre de dos hijos adolescentes. En resumen, alguien que no tenía mucho tiempo para perder. Para su mala suerte era también una persona muy educada y no pudo resistirse a mi entusiasmo por revelarle su futuro y más a fuerza que de ganas aceptó que le leyera el tarot, aunque eso sí, me advirtió: “Yo no creo en esas cosas”.

En aras de lucirme, preparé una tirada especial consistente en poner doce cartas formando un círculo, cada una de las cuales representaría el arcano rector de su vida en los meses entrantes. Por supuesto que se descubre primero la carta del mes en curso. Era marzo, así que conté tres posiciones en dirección contraria a las manecillas del reloj comenzando desde la carta que había quedado en la parte superior del círculo, al llegar a la elegida descubrí la carta en cuestión y… ¡Sopas, Perico!... que sale la muerte.

Debo confesar que esto me descolocó desde el principio y me puse a balbucear lo primero que se me ocurrió: que no era la muerte sino el arcano sin nombre, que no significaba nada malo sino más bien el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Y no es que la dichosa carta no hubiera salido nunca en lecturas anteriores, sino que nunca había tenido que arrancar una lectura con ella y cualquier combinación de repente me pareció ominosa. Poco importó que vinieran después la papisa, el carro, la fuerza y el mago. Yo había perdido el hilo desde el principio y por primera vez dudé de mi talento para la cartomancia. Cuando terminé (sudando a chorros por cierto) Karen me lanzó una puya desde la trinchera de su escepticismo: “Pues si la muerte es la carta para este mes más le vale que se apure porque hoy es viernes 29”.

El lunes siguiente subí a calentar mi lonche en el microondas que estaba en el área administrativa donde Karen tenía su escritorio y después de saludar a la interfecta me concentré en programar el aparato para resolver mi apetito cuando la voz apagada de Karen me preguntó cómo había estado mi fin de semana. Yo sin voltear a verla le contesté que muy bien y me interesé por el de ella por pura formalidad y fue cuando escuché un grito desgarrador seguido de un sollozo: “Se murió mi gato”. Me volví a verla y la encontré abandonada al llanto en su escritorio con la cara hundida entre los brazos. Hice lo que cualquier persona que se respete hubiera hecho en mi lugar: salí corriendo de ahí y dejé olvidado mi lonche en el micro ondas.


Sobra decir que me sentí un miserable y un cretino (finalmente). Esa misma tarde me deshice del tarot con la promesa de no volver a ponerme a jugar con cosas que no entiendo. A partir de entonces con ver a Jodorowsky me conformo, que me sigue pareciendo, como dijo Galeano de los de su tipo, uno de esos locos lindos que le hacen bien el mundo.