En el gol más bonito de los mundiales, el balón jamás entró en la red. Fue en aquella jugada en la que Pelé finta a Ladislao Mazurkiewicz y al volver por la pelota y chutar, ésta se escurre hacia afuera pegadita al poste. Fue una especie de gol moral. La jugada es tan pinturera que muchas veces la incluyen en los documentales de la época como esperando que las repeticiones le hagan justicia a la plástica futbolera. Esa jugada fue también, por mucho tiempo, la última que dio testimonio de la presencia de la selección uruguaya de futbol como protagonista en el balompié mundial.
Protagonista siempre muy principal.
Uruguay fue el campeón olímpico y la sensación transcontinental de los años
veinte. Además de coronarse en dos ocasiones campeón mundial de futbol, una
jubilosamente en el Estadio Centenario de Montevideo y la segunda, trágicamente
en el Estadio Maracaná de Rio de Janeiro. Hasta el mundial de México en 1970
fue una presencia intimidante para cualquier rival pero después se diluyó en el
plano internacional. Decía Galeano que en esa época oscura para el futbol
uruguayo la esperanza dio paso a la nostalgia porque está última no requería
ningún esfuerzo.
En
esos años oscuros, la celeste hizo apariciones muy modestas en competiciones
internacionales. Hasta que Oscar Washington Tavarez llegó a la dirección
técnica de la selección uruguaya con un proyecto que exigía mucho sacrificio,
solidaridad y esfuerzo, donde no cabía darse el lujo de las ensoñaciones. Se
trataba de recuperar la garra charrúa en el lugar donde se había perdido. En el
campo de futbol y en el corazón de los uruguayos. Así, dejando atrás el
pretender triunfar por el peso de la historia y matándose en la cancha,
conscientes de la necesidad de recuperar el lugar perdido entre los grandes, el
equipo de Tavarez consiguió ser el último invitado al mundial de Sudáfrica en
2010, tras un duro repechaje frente a Costa Rica.
Una
Francia desastrosa, una selección anfitriona decepcionante y un México bastante
medianito en la cancha le permitieron a los charrúas evitar a Argentina en
octavos y enfrentar a una selección de Corea del Sur mucho menos complicada que
los gauchos. Superado el trámite de octavos sin problemas, Uruguay de pronto
tomó conciencia de que estaba a un partido de volver a una semifinal de copa
del mundo después de cuarenta años. Solo que para eso tenía primero que
derrotar a Ghana, la última esperanza africana, en uno de los partidos más
memorables en la historia del futbol. Esto fue lo que sucedió el 2 de julio de
2010 aquel partido en el estadio Soccer City en Johannesburgo:
Un
zurdazo de Muntari desde fuera del área antes de finalizar la primera parte
pone a Ghana adelante en el marcador. Toda África y los aficionados europeos,
políticamente correctos, celebran como corresponde. Poco les dura el gusto.
Diego Forlán anota de tiro libre al cobrar una falta del defensa ghanés John
Pantsil sobre el uruguayo Jorge Fucile, al comienzo del tiempo complementario.
El empate se mantiene hasta el final del tiempo regular.
Los tiempos extras
comienzan a cosechar angustia en ambos bandos. Los treinta minutos adicionales
no abonan en nada a la definición del partido, más que ansiedad. En el último
minuto del segundo tiempo extra Luis Suárez suplantando las labores del arquero
saca un gol africano cantado de la línea de meta. Penal y roja sin discusión. Suarez
se encamina a los vestidores entre lágrimas de frustración. Todo el esfuerzo
realizado durante dos horas de juego se convertía en nada en el último minuto
pero, antes de llegar al túnel, voltea para testificar la catástrofe y ocurre
el milagro. Su mano no se convirtió en sal. Asamoah Gyan, la estrella del
equipo africano, acababa de estrellar el balón en el travesaño y lo mira
escaparse a la estratósfera llevándose con él el pase a semifinales para Ghana.
Suarez se vuelve loco y pega la carrera para celebrar la resurrección charrúa
ante la mirada atónita de la autoridad que lo escolta. Al final nada estaba
perdido y todo volvía a empezar para los dos equipos.
Llegó
la definición por penales. Cobra primero Uruguay. Aparece Forlán en el manchón
de penalti y se levanta un abucheo general en las gradas del que se hace eco
toda África. Misma recepción para Victorino, Scotti y los demás. Sin embargo
ninguno cede a la presión excepto el “Mono” Pereira que vuela el cuarto tiro
penal. Muslera, el portero charrúa, se viste de héroe y ataja el tercero a
Mensah, y el cuarto a Adiyiah. Las dos hinchadas están en ese momento al borde
del infarto. Solo el “Loco” Abreu, abrazado a sus compañeros en el círculo
central conserva la calma y pregunta a Fucile que se encuentra a su lado cada
vez que sus compañeros cobran su turno: “El arquero, Fuci, ¿se movió?”. A lo
que Fucile tuvo que contestar en tres ocasiones “Si Loco, se movió” pero la
última vez agregó “Mirá Loco, picala y no me rompas los huevos”.
En
el último penal, el rumor se empezó a extender entre los jugadores celestes en
la mitad del campo: “El loco la va a picar”. Forlán con el corazón en vilo
trató de conjurar la amenaza del sinsentido implorando a todos y a nadie: “No.
Que no la pique. No da para picarla ahora”. Demasiado tarde. El rumor ya
viajaba entre la hinchada celeste en las tribunas del Soccer City provocando
histeria y soponcios. Los comentaristas televisivos volvían viral el temor
charrúa. La de Toto Silveira fue la más desesperada de todas las voces
uruguayas al micrófono cuando, al ver a Abreu caminar hacia el punto penal, le
dice a Roberto Moar: “¡Ay No! Es capaz de picarla este anormal”. Pero todas
esas dudas estaban de más. En todo Uruguay, México, Argentina, Brasil, España,
Grecia y en cualquier parte del mundo donde hubiese jugado Sebastián Abreu lo
sabían: el Loco la iba a picar.
Los hinchas tenían una pequeña esperanza de que
no se arruinara todo en el último minuto y era que Abreu no se atreviera. La
caminata de Abreu desde el centro del campo hasta el manchón penal fue interminable
y exasperante, como la describiría el creador uruguayo Jaime Roos en el
documental 3 Millones.
…
y entonces el Loco la picó.
Dice
Roos que el penal de Abreu fue uno de los goles más insolentes que le tocó ver
en su vida. Este es el relato de Alejandro Figueredo del Canal 12 de Uruguay: Es la locura en Montevideo. La alegría en
Artigas. La fiesta en Rocha. El color en Colonia. La emoción en Rivera. El salto
en San José. La algarabía en Tacuarembó. La euforia en Salto. La risa en
Treinta y Tres. El abrazo en Rio Negro. El grito en Florida. La explosión en
Durazno. La pasión en Cerro Largo. El sentimiento en Soriano. La heroica
Paysandú. La garra en Flores. El estruendo en Lavalleja, en Maldonado y en
Canelones. Estamos viendo una película de amor por la Celeste.
Uruguay
ejerció esa noche el famoso derecho al delirio propuesto por Galeano, las
calles de Montevideo y la plaza Independencia se llenaron de alegría y de una
linda locura que devolvía aquellos recuerdos confundidos con la leyenda para
que pudieran volver a vivirse esa noche a orillas del río de la Plata. Se cuenta
que alguien vio relinchar sin jinete al caballo de Artigas en la plaza porque
el general se había bajado a celebrar junto al mar de gente coreando aquello
que duró toda la noche: “El loco la picó, el loco la picó”. Mientras que discreto y feliz en algún lugar más tranquilo de la
ciudad, quizá el café Brasilero, Galeano con una sonrisa pensaba, quizás, en un
nuevo final para El Futbol a Sol y a Sombra.