La familia perfecta tiene que
ser necesariamente disfuncional. Las demás no existen. Cuando pienso en la mía,
con unas tías muy adorables pero llenas de prejuicios que, junto a don Susanito
Peñafiel y Somellera no alcanzaron a subir al Ypiranga, liderando una de las
ramas de mi árbol genealógico y por el otro lado toda una galería de personajes
dotados de cualidades suficientes para recrear las películas de Pedro Infante
con todos sus excesos no puedo evitar esbozar una sonrisa. Pero, a pesar de
todo lo que se adivina, le doy gracias a Dios… me pudo haber ido peor.
Y es que en mi caso, parientes
y colombroños pertenecemos a una de las infinitas variantes de ese colectivo
delirante conocido como la familia mexicana. Aquí es justo categorizar a las
familias por el gentilicio. Pareciera un recurso chapucero pero no lo es si
tomamos en cuenta que en realidad la comunicación interna de la familia nuclear
y tribal está condicionada por la cultura de cada país. De esta manera la
mexicana sería una de las tantas posibilidades de la familia latinoamericana.
Después de identificarla estaría
la manera de narrarla. Presentarla en sociedad, idealizarla o padecerla depende
mucho de la pluma del cronista y su intención en el retrato. Siempre es más
atractivo y luminoso para una primera aproximación documentar el desconcierto
de la historia sin fin con humor, porque hay autocrítica y si hay autocrítica
hay esperanza. En Latinoamérica hay dos exponentes magistrales de este registro
aparentemente antípodas: German Dehesa y Fernando Vallejo. Uno como el Ángel de
la Noche y otro como el Anticristo. Uno mexicano y otro colombiano. Uno que nos
comparte sus pequeños naufragios domésticos y el otro que hace una demolición
total de la idea del clan y su estirpe.
En relación a la familia
mexicana, la dedicatoria que hace German Dehesa en su libro La
Familia (y otras demoliciones) publicado en 2003 por Editorial Planeta
no tiene desperdicio:
“Este volumen de mis memorias reprocesadas está dedicado a la familia.
En particular, a una de sus variedades más virulentas y nocivas: la familia
mexicana. No les digo nada nuevo (salvo que este libro se traduzca al polaco)
si les comento que la familia azteca es montonera, metiche, irrespetuosa,
triturante, mafiosona, poco afecta a la democracia, prejuiciada, belicosa,
mitotera, apapachona, solidaria hasta la infamia, fiestera, ritualista,
machista y divertidísima. Los integrantes de estos apelmazados clanes viven y
mueren convencidos de que su familia es única, mejor que cualquier otra,
depositaria de las esencias nacionales, con antepasados oscuros pero
admirables, pobres (o ricos o de clase media), pero muy honrados. Para decirlo
con voz de mis tías: decentes, decentes, solo quedamos nosotros”.
A pesar de que son solo dos
los libros de German Dehesa dedicados exclusivamente a la crónica familiar, No
Basta ser Padre (2001) y La Familia (y otras demoliciones)
(2003), el total de su obra periodística no se concibe sin la constante
referencia a sus lares, manes y penates. Esto lo convirtió, sin lugar a dudas,
en el cronista oficial de la clase media mexicana.
Fernando Vallejo por su parte resume
apocalípticamente sus recuerdos enhebrados en torno a una de tantas familias
colombianas del interior, la suya, en su libro ¡Llegaron! publicado en
2015 por Alfaguara:
“En las afueras de Medellín, a mitad del camino entre los pueblos de
Envigado y Sabaneta y entre naranjos y limoneros, en la falda de una montaña se
alzaba la finca de la infancia, Santa Anita, mirando hacia la carretera. Desde
su corredor delantero los abuelos los veían venir. ¡Llegaron!, decían aterrados
cuando en la primera curva aparecía el Fordcito atestado de niños, como si
fueran la plaga de la langosta”.
Fernando Vallejo es
principalmente conocido por sus peroratas en contra de la iglesia, Colombia, la
política, la reproducción y de casi todo lo que se mueva, pero son menos los
que aprecian su interés en exorcizarse de sus fantasmas genealógicos con ironía
y desenfado en al menos cinco de los libros que forman su obra y que en su
conjunto conforman una autobiografía involuntaria.
Dehesa y Vallejo para hacer
sus crónicas lo que hacen es descubrir y describir la historia sin fin hacia el
interior del círculo con el que conviven, en el caso de Dehesa, y con el que
crecieron, en el caso de Vallejo. La historia sin fin es la clave del relato.
Es el juego al interior de la comunicación familiar. Es ahí donde se establecen
las reglas acerca de lo que se puede hablar y de lo que se debe ignorar en la
convivencia diaria y es por medio del cual van a dar al closet de los secretos
el tío borracho, la abuela loca, el hermano invertido, la prima golfa o el hijo
de la criada. Mismos todos que generalmente hacen su aparición estelar en
ocasiones selectas como navidades y velorios.
Es también parte del juego sin
fin el que en la sala estén los retratos del abuelo o sus medallas de guerra,
los títulos universitarios de los hijos, las constantes referencias lambisconas que pretenden sugerir proximidad a los parientes ilustres o
millonarios que en realidad son insoportables o simplemente ni nos pelan. Y
finalmente, es consecuencia del juego sin fin el que terminemos en la vida
adulta yendo al psicólogo para que nos diga que ya podemos dejar de actuar como
idiotas, que ese juego que jugamos desde la infancia ya se terminó hace mucho.
Ahora que el Papa Francisco
está llevando a cabo una cruzada por la familia, uno se pregunta ¿por cuál
familia? ¿Cuál sería el modelo a sugerir? Es claro que la mono parentalidad y
los mirreyes son poco deseables pero tampoco hay garantía de que los viejos
modelos formen personas felices. Ahora que la norma es que las mamás sean las
abuelas, las madres biológicas una especie de hermanas mayores que trabajan y
los padres biológicos… (¡Bien, gracias!), es claro que hay algo que corregir.
Pero, tan perfectible es la familia de Fernando Soler como la de Javi Noble y
preocupa que en el camino uno no encuentre tan disparatados a los locos Addams
o a la familia P. Luche. ¿Y si buscáramos escribir la crónica de una familia en
la que el juego sin fin se basara en la verdad y el sentido común?