Odio en secreto al Rayo McQueen. Me parece un personaje nefasto, irreflexivo, vanidoso, arrogante, inmaduro, fatuo y caprichoso. En fin, lo que se dice un verdadero patán y un muy mal ejemplo para los niños. Nunca externo mi opinión al respecto por no ofender la sensibilidad de mi hermana, quien debido a estar implicada sentimentalmente, de manera indirecta, al personaje lo defiende a capa y espada. Ella dice que lo mío no es más que un resentimiento patético de tío fracasado que no puede tolerar la idea de que un carro de carreras sea el ídolo de mi sobrino, mientras que a mí, el susodicho enano no me guarda el más mínimo respeto.
No está de más decir que me cae re gordo ver a mi sobrino actuar como si fuera el mentado bólido. De hecho, el mismo pregona, muy orgulloso, a los cuatro vientos en el paroxismo de sus diabluras ser el propio McQueen en persona. En cuanto llega a casa de la abuela, que lo alcahuetea más que Doña Naborita a Gordolfo Gelatino, se dispara a hacer travesuras con la misma energía que el Rayo sale a la pista para ganar la Copa Pistón. En esas ocasiones, es muy común que un servidor, sin deberla ni temerla, aterrice de espaldas en el piso por pisar algún carrito que el hooligancito haya dejado tirado a la mitad de la sala y que, mientras trate de recuperarme, vea pasar frente a mí al pequeño ciclón en franca tarea de devastación, dos pasos atrás a la madre corriendo mamila en mano, seguida finalmente de la abuelita tratando de ponerle al vuelo un suéter, porque siempre hace mucho frío. Generalmente espero algunos segundos más antes de incorporarme en la esperanza de que complete el desfile el cura de El Exorcista viniendo a poner en orden al vándalo. Cómo esto último nunca sucede, termino poniéndome de pie mientras me sobo salva sea la parte con resignación y me voy a leer a mi cuarto.
Al poco rato, el émulo de McQueen entra a los pits, y como parte de su descanso me visita en mi cuarto. Se para frente a mi librero. Toma un libro verde. Lo lleva hasta donde estoy y al entregármelo me ordena: “Léeme un cuento del Rayo McQueen”.
Quiero hacer un paréntesis en este punto para aclarar, enfáticamente, que no poseo ningún libro de cuentos del Rayo McQueen. El mentado libro verde pertenece a una colección de Grandes Biografías del Siglo XX. Sin embargo, y con el único fin de salvar al enano de ser abducido por Pixar, lo dejo en el error y aprovecho para iniciar una campaña de desprestigio en contra de su ídolo. En los cuentos que le leo a mi sobrino el Rayo McQueen es peor que Fu Manchú. Entre sus aventuras le cuento que el Rayo ha contrabandeado alcohol en Chicago, asesinado a sus esposas para cobrar la herencia, piratea música y películas en internet, es miembro de Al Qaeda, alumno de la maestra Gordillo y que celebra, hasta con confeti, los chistes del payaso Platanito.
Reconozco que el efecto es contrario al esperado. Al parecer, en lugar de disminuirse la imagen del ídolo ante los ojos de mi sobrino, solo consigo recargarlo de la energía del Rayo y acto seguido sale de pits con llantas nuevas y tanque lleno para terminar de dejar la casa como una maqueta doméstica de Radiador Springs. En un santiamén se pone de vuelta en el carril de alta de las travesuras ya sea colgándose del ventilador, escondiéndole el bastón al abuelo, sacando la pasta de dientes del tubo, rayando las paredes de la sala o encerando con vapo-rub la mesa del comedor.
El día de su tercer cumpleaños las cosas no fueron muy distintas. Al pequeñín le fue organizada la típica fiesta de jardín con parientes, amigas de la mamá y vecinas desconocidas con niños de la edad. Amparado por el hecho de ser el festejado, el infante se soltó desde temprana hora a incordiar a todo el mundo, contrastando con los demás chaparros que eran controlados por las miradas vigilantes de sus respectivas madres y en especial con su primo Chavita, un bebé de la mitad de su edad que de tan bien portado he llegado a sospechar que en realidad fue comprado por catálogo y usa baterías doble A. Así que, después de partir la piñata, embarrarse de pastel la camisa nueva y tirar la mesa con refrescos encima de los invitados, se podía decir que ya le llevaba más de una vuelta de ventaja al bebe zen y a los demás niños en eso de hacer travesuras cuando de repente apareció… ella.
En realidad no sé el verdadero nombre de la susodicha, así que para simplificar la llamaré Sally. Lo único que si les sé decir es que es hija de una vecina y que es un año mayor que mi inocente sobrino. Sally después de observar a través de sus grandes pestañas la velocidad disruptiva de su próxima víctima de pronto detuvo la música y atrayendo la atención de los presentes se manifestó en voz muy alta, muy clara y en el siguiente orden:
¬ Carlitos es mi héroe, mi amor y mi príncipe.
A partir de ese momento ni Taurus Do Brasil lo habría hecho mejor. Algo pasó con nuestro McQueen, no sé si las flechas se le dispararon o el sinfín se le terminó, lo cierto es que su motor paró y el festejado anduvo como a remolque detrás de la carrita por el resto de la tarde. Al abandonar mi sobrino la carrera, todos los demás niños, a la hora de dar la nota en la fiesta, entraron a la meta antes que él. Bueno, con decirles que hasta Chavita tuvo su momento de gloria cuando lloró para exigir una mamila.
Yo por mi parte estoy desde entonces muy preocupado puesto que el pequeño vándalo ya no hace más estropicios por donde pasa, ni me viene a pedir que le lea cuentos sobre el Rayo McQueen e incluso me he enterado que es común que lo visite la tal Sally y hasta le presta sus juguetes sin hacer berrinches. Nada de esto me huele nada bien. Así que, a pesar de que el Rayo McQueen no es santo de mi devoción, creo que esta vez le prenderé una vela, pues pensándolo bien, hay ocasiones en que ser arrogante, vanidoso, irreflexivo y, en resumen, un verdadero patán, no está tan peor, sobre todo si se trata de rescatar a un alma que, a tan tierna edad, ha quedado expuesta a las fuerzas del mal. Prefiero ver a mi sobrino abducido por Pixar y no por una mini lagartona de las que si no aprende a defenderse desde ahora no habrá manera de augurarle otra cosa en la vida que no sea un siniestro porvenir.
Ahora ya saben, al enano le espera esta semana doble función diaria con permanencia voluntaria de Cars 1, 2 y todas las derivaciones que encuentre de la misma, para así completar un maratón terapéutico del Rayo McQueen, con el cual espero que mi sobrino recupere los malos ejemplos.