Antes de que cante el gallo acostumbramos negarlo tres veces, pero en el fondo todos hemos visto sus películas y hemos saltado de emoción cuando en una excelsa exhibición del pancracio libera al mundo de los malos. Va por la vida retando con honor lo mismo a los villanos más temibles que desafiando inmaculadamente a unos tacos al pastor con la máscara puesta.
El mito se alimenta de nuestro culto al tapado, a los encapuchados. Por eso es fácil que basados en la identidad nacional, el enmascarado de plata salga bien librado cuando lo comparamos con héroes mas cosmopolitas y menos altermundistas como el pesado de Superman (con eso de que es de acero), los maricones de Batman y Robin (con eso de que siempre andan juntos y en mallitas), la cursi de la Mujer Maravilla (con eso de que es vieja) y con tanto payaso que apoyados en potentes campañas de mercadotecnia tratan de venir a disputarle un lugar de preeminencia en el ámbito mundial.
Sin embargo, cuando creemos que hemos derrotado a la competencia, los ingleses se mantienen con un candidato poderoso el cual, alegan, también es de carne y hueso y la deuda mundial para con él es mucho más grande ya que en sus afanes como agente secreto ha desactivado complots y perversidades de color rojo y alcances universales.
Lo anterior nos obliga inevitablemente a una confrontación final: máscara (de plata) contra cabellera (de cualquiera de sus chicas) a tres caídas y sin límite de tiempo. En esta esquina de Tulancingo, Hidalgo, Rodolfo Guzmán Huerta conocido por sus devotos como "El Santo" y en esta otra de Edimburgo, Escocia, el señor Bond... James Bond reconocido mundialmente (en cualquiera de sus presentaciones: Connery, Lazenby, Moore, Dalton, Brosnan y Craig) como el agente 007.
Pero ¿cómo enfrentar a dos héroes que se mueven en diferentes escalas planetarias? se preguntará el lector. Bien, es fácil. Si analizamos los favores realizados a la humanidad seremos capaces de decidir quién ha sido realmente más útil a la misma. Por ejemplo nuestro admirado "Santo" es católico y guadalupano, mientras que Bond es mujeriego y jugador. Si bien el 007, como buen inglés, ha enfrentado a una organización criminal elitista perfectamente organizada (SMERSH o SPECTRA según sea libro o película) con nexos internacionales y tiene un pulcro biógrafo en la persona de Ian Fleming; el "Santo" no necesita de biógrafos oficiales y, en un claro ejercicio democrático, le entra a toda clase de criminales aunque sean agentes libres.
Mientras Bond no se despeina cuando combate civilizadamente con la tecnología más avanzada a Stavros Blofeld y sus tendencias nazis, a Scaramanga y su revolver de oro, al satánico Dr. No, a Goldfinger y su "Midas Touch" (a decir de Shirley Bassey), a Grace Jones disfrazada de mujer y tantos otros personajes tan rocambolescos como elegantes; el "Santo", solito y sin la PGR (¿dónde estaba Nazar Haro para darle una calentadita a los malvados?), se las arregla a punta de patadas y manazos para defender a la República de la amenaza de las Mujeres Vampiro, las Momias de Guanajuato, los zombies, los marcianos que nos vienen a invadir, monstruos clásicos como Frankenstein y Drácula (sin importarle que Mary Shelley y Bram Stoker se revuelvan en su tumba), el Hombre Lobo, el Terror de la Frontera, la Cosa de otro Mundo, el Doctor Muerte y hasta Capulina.
Ya los enfrentamos, ahora el problema es cómo decidir por alguno de los dos si los elementos de juicio de que disponemos en esta lucha cuerpo a cuerpo están igual de grotescos y absurdos en ambos bandos. No nos resta mas que recurrir a sus vidas fuera de la pantalla y es aquí donde el Santo toma ventaja cuando el pueblo favoreciéndolo se vuelca para acudir en masa a la arena coliseo, ponerla de bote en bote y volverse loca de la emoción para ver, en el ring, luchar a los cuatro rudos, ídolos de la afición: el Santo, el Cavernario, Blue Demon y el Bull Dog.
Y es que lo de ídolo popular nadie se lo quita a pesar de que El Santo era un maldito y odiado rudo en su debut contra Ciclón Veloz y haciendo pareja sobre el ring junto al Gory Guerrero. Los aficionados de hueso duro y colorado recordarán esas batallas memorables contra el Murciélago para resolver un conflicto de identidad profesional, contra el Tarzán López para formar parte de su añeja leyenda, contra Bobby Banales que estaba obsesionado con desenmascararlo o contra Mike Kelly para arrebatarle el campeonato mundial. Cuando quiso quitarle lo antipático a Wolf Rubinski o cuando un, todavia, desconocido Bulldog se subió de espontáneo al ring para “surtirle su pedido” después de finalizada una de tantas caídas. También haciendo pareja en ocasiones junto al Cavernario Galindo. Esos momentos sublimes cuando le quita la máscara a Black Shadow, para sufrir después la venganza fraternal de Blue Demon o cuando tras la traición de los Espanto decide cambiar de bando y volverse técnico. Eran los dias cuando el ring se compartía con el Huracán Ramírez, el Rayo de Jalisco, el Solitario, el Mil Mascaras o Tinieblas.
...¡Ah, por cierto!, del verdadero James Bond sólo se acuerda el señor Fleming, el cual antes de morirse reveló al mundo que era mitómano y su famoso amigo un oscuro ornitólogo.
Parece evidente que la caída final y decisiva será totalmente para el Enmascarado de Plata y mientras James Bond piensa cómo disculparse y retirarse para tomar sus martinis, el público ruge una oración a voz en cuello pidiéndole a su Dios:
¡Métele la Wilson, métele la Nelson,
la quebradora y el tirabuzón!
¡Quítale el candado, pícale los ojos,
la quebradora y el tirabuzón!
¡Quítale el candado, pícale los ojos,
jálale los pelos...!
¡¡¡¡SÁCALO DEL RING!!!!
¡¡¡¡SÁCALO DEL RING!!!!
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