¬ ¡Qué nos devuelvan el Chamizal!
¬ Oiga amigo, pero si ya nos lo devolvieron
¬ Sí, pero yo soy gringo
Eulalio González “Piporro”
Ahora resulta, según Jeffrey Davidow, que Estados Unidos es como un oso que de vez en vez se acomoda causando ciertas molestias al puerco espín que vive en su patio trasero (esto último es cortesía de Aguilar Zínser). Estados Unidos no es ningún plantígrado de talante bonachón ni México el quisquilloso animalejo que saca las espinas a la primera señal.
Eduardo Galeano brinda en su obra suficiente evidencia para desconfiar de cualquiera de los regímenes imperialistas como el estadounidense de las últimas décadas o el británico de la era victoriana. Y México lo sabe muy bien.
Más que complejo patriotero del mexicano, la desconfianza hacia los hijos de Miss Liberty está plenamente justificada en la historia patria cada vez que recordamos las andanzas de Poinsett, el "honor" de la visita de Winfield Scott, las redes para pescar en río revuelto que envió Wilson a Veracruz a principios de siglo y más recientemente cuando vemos la cerca infamante en la frontera que emula un patético muro de Berlín recordándonos cual es la verdadera consideración del mexicano ante sus ojos...
...pero después de todo somos amigos ¿no?...
¿Han oído alguna vez la historia del alacrán que quería pasar el charco y le pidió ayuda a la ranita? Ésta en un principio se negó explicándole que temía que a medio camino el alacrán la picara. El alacrán indignado replicó que eso era imposible, que él estaba consciente que le estaba haciendo un favor y que por supuesto no le haría ningún daño. Eso era lo moralmente correcto.
La ranita accedió, se echo al alacrán a cuestas y se dispuso a cruzar el charco, a la mitad del camino sintió el aguijón del alacrán avisándole que se había equivocado al confiar en su amigo. Al volverse para buscar una explicación el alacrán se justificó:
¬ Perdóname. Es mi naturaleza
En la última década se han estrechado los lazos de cooperación entre los alguna vez vecinos distantes en materia de comercio, seguridad, derechos humanos, combate a las drogas. Pero por mucho que nos parezca idílico nuestro romance con los vecinos es bastante sano mantener la desconfianza en cierto grado hasta no estar seguros que la lectura de los tiempos nos autoriza a confiar un poco más. Al final de cuentas, después de revisar los hechos, es claro que quien no tiene autoridad moral para mirarnos a los ojos ni pontificar sobre nuestra actitud hacia su política son ellos y conste que esto no es un asunto de sociedad contra sociedad, sino de intereses políticos y asuntos de poder.
Por lo pronto debemos seguir desconfiando...
...está en nuestra naturaleza.
¬ Sí, pero yo soy gringo
Eulalio González “Piporro”
Ahora resulta, según Jeffrey Davidow, que Estados Unidos es como un oso que de vez en vez se acomoda causando ciertas molestias al puerco espín que vive en su patio trasero (esto último es cortesía de Aguilar Zínser). Estados Unidos no es ningún plantígrado de talante bonachón ni México el quisquilloso animalejo que saca las espinas a la primera señal.
Eduardo Galeano brinda en su obra suficiente evidencia para desconfiar de cualquiera de los regímenes imperialistas como el estadounidense de las últimas décadas o el británico de la era victoriana. Y México lo sabe muy bien.
Más que complejo patriotero del mexicano, la desconfianza hacia los hijos de Miss Liberty está plenamente justificada en la historia patria cada vez que recordamos las andanzas de Poinsett, el "honor" de la visita de Winfield Scott, las redes para pescar en río revuelto que envió Wilson a Veracruz a principios de siglo y más recientemente cuando vemos la cerca infamante en la frontera que emula un patético muro de Berlín recordándonos cual es la verdadera consideración del mexicano ante sus ojos...
...pero después de todo somos amigos ¿no?...
¿Han oído alguna vez la historia del alacrán que quería pasar el charco y le pidió ayuda a la ranita? Ésta en un principio se negó explicándole que temía que a medio camino el alacrán la picara. El alacrán indignado replicó que eso era imposible, que él estaba consciente que le estaba haciendo un favor y que por supuesto no le haría ningún daño. Eso era lo moralmente correcto.
La ranita accedió, se echo al alacrán a cuestas y se dispuso a cruzar el charco, a la mitad del camino sintió el aguijón del alacrán avisándole que se había equivocado al confiar en su amigo. Al volverse para buscar una explicación el alacrán se justificó:
¬ Perdóname. Es mi naturaleza
En la última década se han estrechado los lazos de cooperación entre los alguna vez vecinos distantes en materia de comercio, seguridad, derechos humanos, combate a las drogas. Pero por mucho que nos parezca idílico nuestro romance con los vecinos es bastante sano mantener la desconfianza en cierto grado hasta no estar seguros que la lectura de los tiempos nos autoriza a confiar un poco más. Al final de cuentas, después de revisar los hechos, es claro que quien no tiene autoridad moral para mirarnos a los ojos ni pontificar sobre nuestra actitud hacia su política son ellos y conste que esto no es un asunto de sociedad contra sociedad, sino de intereses políticos y asuntos de poder.
Por lo pronto debemos seguir desconfiando...
...está en nuestra naturaleza.
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