sábado, 13 de septiembre de 2008

Tenemos Miedo



Es como si una corriente eléctrica nos recorriera la espina dorsal, o como si alguien de repente se llevara todo el aire disponible y nos dejara con la angustia de encontrar una minúscula pizca de oxígeno que llevarnos a los pulmones.

Ya sea una cosa u otra, el asunto es que el miedo, esa angustiosa sensación, poco a poco va cambiando de personalidad. Antes nos asustaban con el Coco, la Llorona, el Duende o el Nahuál y nos quedábamos en vela temblando ante la posibilidad de que se nos apareciera uno de esos macabros entes cuyo mayor talento era la incertidumbre de lo que serían capaces de hacer si nos portábamos mal.

El miedo también cambia de rostro dependiendo de la época y las circunstancias: para un francés de finales del siglo XVIII el terror se asociaba al sonido de la caída libre del metal en el cadalso del pueblo mientras se esperaba la lectura de la lista de los siguientes agraciados por la ruleta de la República.

Para una infortunada suripanta del lóbrego East End londinense de la era victoriana, el miedo acechaba entre la niebla nocturna cuando parecía centellear el cuchillo de un psicópata en cada nuevo cliente.

Para un judío en la segunda guerra, el miedo era representado por el sonido de las botas nazis a paso de ganso al penetrar en su barrio. Para el mundo del siglo XX, era la Guerra Fría y los barcos soviéticos camino de Cuba mientras el dedo de Kennedy pendía expectante sobre el botón rojo.

En un marco más actual cuando se piensa en miedo, se piensa en un virus en internet, en el agujero de la capa de ozono o el cambio climático, en la desertificación, en el hundimiento de las costas y en las nuevas pandemias. Muchos de los miedos actuales son inducidos al gusto del presidente norteamericano en turno y a la demanda de villanos para la industria hollywoodense. Osama y el terrorismo llegaron para quedarse por un buen tiempo para disgusto de los viajeros aeroportuarios y los cinéfilos exigentes.

Pero el hombre común no necesita a Drácula, a Frankenstein o que se le aparezca Hannibal Lecter después de tres días de ayuno para poner sus sentidos en alerta y volverse proactivo. Es suficiente con abrir el estado de cuenta mensual de la tarjeta de crédito o escuchar las noticias de Lopez Dóriga para que a nivel subtálamico se provoque una reacción subliminal que se manda a la glándula Hipófisis... entonces comienza el miedo de verdad.

Sea como sea el miedo es una necesidad humana tan importante como el dolor. Es un mensaje de nuestra conciencia que nos ayuda a identificar nuestras zonas débiles y nos urge a tomar la responsabilidad de fortalecerlas.

El miedo es muy sabio y sabe que lo necesitamos más que a nuestra propia sombra, por eso no anda en burro... camina con nosotros.

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