Todo mexicano contemporáneo o posterior al 2 de octubre de 1968 tiene el compromiso con la patria de buscar una explicación pragmática a los infortunios de ese día para prevenir que no se vuelvan a repetir. Por lo que, ejerciendo nuestro derecho ciudadano, nos tomaremos la libertad de aventurar una teoría con la que pueden o no estar de acuerdo, pero por lo menos queda el consuelo de que no está influida por ninguna trillada ideologia de izquierda.
A lo mejor el problema real nunca radicó en la tan cacareada amenaza contra los Juegos Olímpicos, ni en la Conspiración Internacional Comunista, ni en que el país estaba en riesgo, ni en ninguna de todas las pendejadas que esgrimió el ciudadano presidente en sus calenturientas elucubraciones justificatorias. Si hubiera sido un poco más honesto, como todo mentiroso que se respete, habria reconocido que todo el jaleo se armó porque la atalaya mexicana que se encarga de salvaguardar la seguridad de la nación no se podía dar el lujo de ampliar los márgenes de tolerancia a la libertad de expresión ya que entonces habría que darle espacio a una invitada sumamente incómoda para el sistema: ¡La Verdad!
... y la verdad es que Diaz Ordaz estaba muy feo.
Quizás la sangre no hubiera llegado al río si el señor presidente no se hubiera tomado tan a pecho esas pequeñas bromas estudiantiles acerca de su fisonomía, es más, eran tan "de buena fe" (¿cuando han visto un universitario mala leche?) que según Krauze le ofrecían alternativas de solución que pudieron haber ayudado a resolver su problema de fealdad como "cambiar la capítal del país a Yucatán para que lo saludaran todos los días con un ‘Hola lindo’ " y así le suavizaran el carácter.
Pero también los estudiantes ya ni la friegan, si el presidente les estaba tendiendo la mano en un inicio para abrir el diálogo, ¿para qué caer en redundancias de exigirle la prueba de la parafina a la mano tendida? (si como quiera iba a dar positiva). ¿Para qué armaron tanto desmadre aquel 27 de agosto en el zócalo, haciendo sonar las campanas de la catedral y urgiéndolo a gritos de "Sal al balcón chango hocicón"? Si somos justos hay que reconocer que la petición estaba formulada en términos muy majaderos. Así nadie sale, qué diferencia si le hubieran llevado una mano de plátanos o unos costales con cacahuates por lo menos, ya con este incentivo seguro que hasta hubiera bajado.
Que conste, que no parezca que se defiende a Diaz Ordaz, la historia ya emitió su juicio, el único propósito de esta columneja frívola, pero patriótica, es hacer una reflexión sobre...
¡cuanta falta le hizo un ortodoncista a México en esa época!
Nos hubiera ahorrado muchos traumas históricos.
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