miércoles, 13 de agosto de 2008

El Circo Volador de Monty Python



En la primera mitad de la década de los setentas en Inglaterra, al escucharse el tañido de “La Campana de la Libertad” de John Philip Sousa, todo el país se paralizaba: los Beatles abandonaban el estudio de grabación, James Bond guardaba la pistola, la reina Isabel dejaba a un lado la corona y hasta el Big Ben detenía su paso inexorable… y todos corrían frente al televisor para deleitarse con el más puro humor inglés, un humor prófugo de Cambridge y de Oxford.

Era la hora de “El Circo Volador de Monty Python”. Era la hora de John Cleese, Terry Jones, Graham Chapman, Eric Idle y Michael Palin. Era la hora de la evolución los dibujos de Terry Gilliam, con su toque americano al estilo de la revista MAD, que servían de entretelones a las locas y muchas veces absurdas rutinas que los cinco comediantes ingleses iban desarrollando a lo largo de la función. En este circo no había hombres bala, acróbatas del trapecio ni mujeres barbudas, el domador de leones era el propio espectador si quería mantener a raya a la fiera de su propia hilaridad. Pero no era un humor fácil. Había que entenderle primero. Había que pensar un poco para poder hacer saltar, en uno mismo, el seguro de la risa. De otra manera no se comprendía el viril canto del leñador en la Columbia Británica, las técnicas de autodefensa para sobrevivir un ataque con frutas, las razones para adquirir de un loro muerto como mascota, la verdad sobre la Inquisición Española, como negociar una buena discusión, la broma mas graciosa del mundo, la importancia de la avaricia o como dio inicio la invasión del spam antes de que éste se convirtiera en un indeseable de los correos electrónicos.

Después de un lustro de estar en el aire, Monty Python voló, voló y voló… de las pantallas de televisión hacia alturas cinematográficas. Lo que entonces se nos mostró fue, literalmente, un circo de tres pistas. En la primera pudimos ver Camelot y a unos Python que se convirtieron en Caballeros de la Mesa Redonda en busca del Santo Grial. Si el verdadero rey Arturo hubiese podido ver esta versión de su historia se habría escapado de Avalón con todo y Merlín para volver a la Tierra y encerrar a los irreverentes comediantes en una mazmorra. Pero los que si pidieron, no nada más, que los encerraran sino que, además, los quemaran con leña verde por blasfemos y sacrílegos, fueron las altas autoridades eclesiásticas internacionales cuando vieron en la segunda pista su siguiente trabajo, “La Vida de Brian”, en el cual relatan la historia de un hombre en tiempos de Cristo, que por haber nacido el mismo día que el Salvador es confundido con éste y tiene que vivir una vida acosado por la estupidez de la gente que se empeña en seguirlo con las funestas consecuencias que esto le provoca. En la última pista, la troupe sugiere una paz interior que no es cierta. Cuando el espectador se asoma a “El Significado de la Vida” de los Python se da cuenta que le han vuelto a tomar el pelo y que la profunda lección de filosofía que se espera del título, vendrá nuevamente en la forma de sátiras mordaces a los valores sociales y políticos establecidos en el presente.

Pero no todo es crítica acérrima en la obra de Monty Python, también destacan valores culturales tales como el estoicismo en la cultura inglesa con canciones como “Always Look on the Bright Side of Life”, que es silbada por un épico coro de condenados en el Gólgota para sobrellevar la pena de su crucifixión. Es tan indeleble la huella que esta escena de “La Vida de Brian” dejó en la cultura inglesa que durante la Guerra de las Malvinas, la Real Fuerza Armada Británica descubrió que los sobrevivientes del acorazado “Sheffield” los recibieron silbando el estribillo de la famosa canción con el fin de mantener la moral en alto, después de haber sido alcanzados por el fuego enemigo y haber estado a la deriva en espera de su rescate.

Cuando las emisiones de “El Circo Volador de Monty Python” cesaron, cada uno de los integrantes del grupo siguió su propio camino aunque se siguieron reuniendo ocasionalmente para realizar giras o grabar algún disco. Nunca hubo una figura central de referencia. El trabajo de los cinco era igual de importante a la hora de la función y esa cohesión fue la que quizá le dio la perdurabilidad a su humor y creó toda una escuela que hasta la fecha se sigue con devoción. Esta quizá sea la razón por la cual han tenido éxitos innegables en su carrera por separado. A excepción hecha de Graham Chapman, que falleció a finales de la década de los ochenta, los otros cinco Pythons se han desarrollado y siguen vigentes en diferentes vertientes del arte y la cultura: John Cleese poco después del cierre del circo abrió en la ficción un hotel llamado “Fawlty Towers” en donde se especializaba en maltratar a los clientes. Eric Idle también siguió actuando pero su contribución mas importante es la de haber hecho pervivir la herencia musical de los Python. Terry Gillian es un conocido director de cine que cuenta entre sus obras “Las Aventuras del Barón Munchausen”, “Doce Monos” y “Los Hermanos Grimm”. Terry Jones recientemente se ha revelado como un historiador publicando un libro sobre los Bárbaros en el Imperio Romano y Michael Palin se ha convertido en el personaje más popular de los documentales sobre viajes de la televisión inglesa.

El humor inglés no es cosa fácil. Ni para entenderlo y mucho menos para crearlo. Se necesita cinismo y un poco de cultura. Esta basado en la autocrítica individual y colectiva, así como en los procesos lógicos de la mente frente a rutinas, tradiciones y esquemas. Todo esto está de tras de la cortina de buenos comediantes como Rowan Atkinson (o Mr. Bean, como a usted le suene mas familiar) y Benny Hill, aunque en un principio se les pueda calificar de simples o hasta bobos. Sin embargo es la simplicidad de sus rutinas la que las hace mas efectivas porque sin muchos artificios en poco tiempo crean una atmósfera en la que atrapan al espectador y de manera inconsciente lo envuelven con ella. Un ejemplo emblemático del humor británico es el desplegado por Bertie Wooster y Jeeves, personajes clásicos de P.G.Wodehouse, interpretados magistralmente por Hugh Laurie y Stephen Fry en la televisión inglesa, donde un aristocrático heredero bueno para nada tiene que recurrir eternamente a su eficaz mayordomo para salir de los líos en que se mete por buscar evitar el tener que trabajar para poder darse la vida regalada a la que está acostumbrado. Wodehouse hace que manteniendo los roles de estos personajes fieles a su tradición se vuelvan graciosos sin pretenderlo frente a los vaivenes del destino.

Es en este tono de humor en el que trabajaron los Python. Desarrollando ideas desde puntos de origen muy simples hasta crear una atmósfera sumamente complicada para el desenvolvimiento de sus rutinas. En muchas ocasiones el espectador se encuentra inmerso en la lógica de lo absurdo una vez que ha caído dentro del juego. Con la excelsitud del manejo del humor inglés en manos de Monty Python, la troupe pretende enseñarnos una lección de vida: que el sentido del humor no es solo una opción para entretener nuestros ratos de ocio, sino que aplicado inteligentemente a uno mismo se convierte en un arma poderosísima para enfrentar las cosas imprevisibles con que la vida nos reta cada nuevo día.

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