Quizá la culpa sea de Marx que dijo que pero no dijo como. Esto dio la oportunidad a algunos líderes del siglo XX de fabricar utopías con sus muy personales apreciaciones de cual debía ser el camino para llegar a la igualdad en la sociedad. Lenin pensaba que la revolución debía hacerse desde la fábrica y Mao desde el campo. Cárdenas lo sustentaría en el nacionalismo, Fidel lo impondría desde la resistencia y Allende lo sometería a plebiscito. Lo cierto es que diferentes vías al socialismo dan diferentes tipos de socialismo. Siendo el rojo el color simbólico por antonomasia para todo lo marxista, tenemos entonces que, cada ideología refleja un diferente tono de rojo, el cual mientras más radical más intenso.
El socialismo que actualmente se esparce endémicamente por Latinoamérica es una especie de Narcicismo-Leninismo como lo define Andrés Oppenheimer en sus “Cuentos Chinos”, esto es, una cleptocracia sostenida por un simulacro democrático sustentado en la manipulación de las masas ignorantes. El faro para este socialismo contemporáneo en nuestra región emite su luz alimentado con el petróleo del lago de Maracaibo y pretende alumbrar al sueño bolivariano en todo un continente con un tono de rojo muy venezolano, una especie de rojo, rojito.
Los paladines de este pintoresco y astronómico corrimiento hacia el rojo en la región son un selecto grupo de resentidos líderes tercermundistas cuyo libro de cabecera es el “Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano” y su guía espiritual todo un mesías (región 4) a quien se asemejan en todo, hasta en lo feo: el teniente coronel Hugo Rafael Chávez. Un personaje al cual Jaime Bayly ha definido como el más grande cómico que Latinoamérica ha dado al mundo.
Latinoamérica es un lugar ideológicamente plagado de molinos de viento por lo cual no es de extrañar que el negocio mas rentable, tomando en consideración nuestra cervantina estulticia, sea el alquiler de Quijotes. Y para dicho puesto, en nuestros Macondos, cualquier mamarracho es bueno si es lo suficientemente hábil para convencernos de que los rebaños de ovejas son ejércitos de infieles. Hay que aceptar que llevar a un país hacia la igualdad no es asunto nada más de salir a cantar a la calle: “Quisiera al mundo darle hogar y llenarlo de amor”, con una sonrisa beatífica y bobalicona y una velita prendida en navidad, sino que implica que haya un carácter fuerte, ideologías claras y respeto por los demás en quien asuma la responsabilidad del liderazgo y por lo mismo entender que en el camino deberá tomar decisiones con la cabeza muy fría ¿y porque no? hasta eliminar cosas, casos y actores que signifiquen impedimentos en su avance. De todo esto, a nuestros líderes comúnmente les da por soslayar lo primero y enfatizar lo segundo.
La razón principal es la ambigüedad de ideales que transforman aquella maquiavélica frase de que el fin justifica los medios en una política de que medios contundentes justifican cualquier fin y está en nuestras identidades nacionales desde el origen. El mito fundacional de la independencia de las colonias españolas para impedir que los peninsulares siguieran explotando y abusando de los indígenas encierra la hipocresía del criollo y las oligarquías locales en su anhelo de ser ahora ellos los depositarios del derecho a explotar y abusar de los indios para su propio beneficio. Pero como a través del tiempo hay que conservar las formas, para dar legitimidad a los regímenes, se ha abierto una brecha de oportunidad para los diferentes líderes que por casi dos siglos han luchado por el poder en la región.
El forcejeo que por el poder han representado las polarizadas cúpulas políticas de nuestro subcontinente se pueden resumir en un resultado unívoco: siempre ganan los malos… ¿Por qué?...Porque si se mira con atención el desarrollo económico y social de cada entidad que conforma nuestra comunidad latina nos daremos cuenta que no hay buenos. Tan mala la izquierda como la derecha con esas tendencias a radicalizarse y en sus últimas fases centrifugarse de sus rumbos ideológicos originales para estacionarse perennemente en posiciones fascistas con el consabido saldo rojo en el bienestar social. Tan malo Castro como Pinochet, Videla o Chávez, la represión o la demagogia. Extremos de una misma “Rebelión en la Granja” que se prolonga hasta el infinito. Es claro que un pueblo que en vista de las circunstancias no tiene mas alternativas que el despojo o la mentira, cuando se le ofrezca la oportunidad de participar en la charada de la democracia yendo a las urnas elija la segunda como opción que le permitirá participar de un poco de esperanza y termine comprando el barato mesianismo de un quijote de cartón. Hoy ese quijote viene en la forma de otro general de opereta pasado por agua y se llama Hugo Chávez. El presente modelo a seguir para todas nuestras izquierdas.
Para la derecha latinoamericana de hoy existen dos tipos de lideres socialistas: los que comen y se van y los que no sabemos porque no se callan. Chávez pertenece al segundo bloque aunque ha comido en la misma mesa de los primeros. Con los dos, el pueblo pauperizado, abusado y negado por sus propias plutocracias, se identifica al instante. Así pues, un hombre que en los discursos oficiales canta, lee la biblia, chismea y cuenta chistes al mismo tiempo que arenga, dirige los destinos de uno de los países mas ricos en recursos de todo el mundo, y que encima de todo es la reencarnación de “El Libertador de América” no puede dejar de ser irresistible para la ingente masa popular. Por eso no se calla. Ese es su principal capital a falta de plataforma política ya que cuando se trabaja con las ideas prestadas llega un momento en que las venas abiertas ya no son suficientes para convencer.
El único antídoto contra este tipo de charlatanes radica en el pueblo. El mismo que los crea. Las revoluciones no son más que periodos de reprogramación en la idiosincrasia de los pueblos, donde dicha reprogramación se da generalmente en forma violenta. La otra forma de reprogramar a un pueblo para que madure su pensamiento político y aprenda a reconocer y a exigir sus derechos, en lugar de vivir dependiente de la esperanza de la dádiva hipócrita de los políticos, se da en las aulas de enseñanza y aunque igual de contundente que la primera tiene la desventaja de requerir mas tiempo, un pueblo paciente y verdaderos apóstoles. Si algo de esto falla tarde o temprano la inercia del funcionamiento social devendrá en la violencia de una revolución armada donde el único que sufre al final de cuentas es nuevamente el pueblo.
Para combatir estos vicios históricos en Latinoamérica necesitamos pueblos mas preparados, menos oportunistas y más responsables. Los líderes no son más que el reflejo amplificado de sus sociedades. Las únicas revoluciones que tienen éxito empiezan en el interior de uno mismo y terminan siendo la suma de los individuos. Un pueblo que sale a votar pensando en “Y ahora, ¿Quién podrá ayudarnos?” No se merece de líder ni al Chapulín Colorado. Mientras no sepamos que le vamos a pedir a nuestros candidatos y sobre todo, mientras no aprendamos a exigirles cuando ya funjan como servidores públicos, seguiremos siendo merecedores de líderes inescrupulosos que aprovechan nuestra deshonestidad como ciudadanos para hacernos partícipes de pequeñas triquiñuelas amparadas por sus gobiernos de manera que quedemos desautorizados moralmente para poder denunciar las colosales redes de corrupción en las que ellos se mueven. Si no entendemos esto de una vez por todas, con las migajas de nuestras miserias seguiremos alimentando eternamente a monstruos tan seductores como Hugo Chávez.
El socialismo que actualmente se esparce endémicamente por Latinoamérica es una especie de Narcicismo-Leninismo como lo define Andrés Oppenheimer en sus “Cuentos Chinos”, esto es, una cleptocracia sostenida por un simulacro democrático sustentado en la manipulación de las masas ignorantes. El faro para este socialismo contemporáneo en nuestra región emite su luz alimentado con el petróleo del lago de Maracaibo y pretende alumbrar al sueño bolivariano en todo un continente con un tono de rojo muy venezolano, una especie de rojo, rojito.
Los paladines de este pintoresco y astronómico corrimiento hacia el rojo en la región son un selecto grupo de resentidos líderes tercermundistas cuyo libro de cabecera es el “Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano” y su guía espiritual todo un mesías (región 4) a quien se asemejan en todo, hasta en lo feo: el teniente coronel Hugo Rafael Chávez. Un personaje al cual Jaime Bayly ha definido como el más grande cómico que Latinoamérica ha dado al mundo.
Latinoamérica es un lugar ideológicamente plagado de molinos de viento por lo cual no es de extrañar que el negocio mas rentable, tomando en consideración nuestra cervantina estulticia, sea el alquiler de Quijotes. Y para dicho puesto, en nuestros Macondos, cualquier mamarracho es bueno si es lo suficientemente hábil para convencernos de que los rebaños de ovejas son ejércitos de infieles. Hay que aceptar que llevar a un país hacia la igualdad no es asunto nada más de salir a cantar a la calle: “Quisiera al mundo darle hogar y llenarlo de amor”, con una sonrisa beatífica y bobalicona y una velita prendida en navidad, sino que implica que haya un carácter fuerte, ideologías claras y respeto por los demás en quien asuma la responsabilidad del liderazgo y por lo mismo entender que en el camino deberá tomar decisiones con la cabeza muy fría ¿y porque no? hasta eliminar cosas, casos y actores que signifiquen impedimentos en su avance. De todo esto, a nuestros líderes comúnmente les da por soslayar lo primero y enfatizar lo segundo.
La razón principal es la ambigüedad de ideales que transforman aquella maquiavélica frase de que el fin justifica los medios en una política de que medios contundentes justifican cualquier fin y está en nuestras identidades nacionales desde el origen. El mito fundacional de la independencia de las colonias españolas para impedir que los peninsulares siguieran explotando y abusando de los indígenas encierra la hipocresía del criollo y las oligarquías locales en su anhelo de ser ahora ellos los depositarios del derecho a explotar y abusar de los indios para su propio beneficio. Pero como a través del tiempo hay que conservar las formas, para dar legitimidad a los regímenes, se ha abierto una brecha de oportunidad para los diferentes líderes que por casi dos siglos han luchado por el poder en la región.
El forcejeo que por el poder han representado las polarizadas cúpulas políticas de nuestro subcontinente se pueden resumir en un resultado unívoco: siempre ganan los malos… ¿Por qué?...Porque si se mira con atención el desarrollo económico y social de cada entidad que conforma nuestra comunidad latina nos daremos cuenta que no hay buenos. Tan mala la izquierda como la derecha con esas tendencias a radicalizarse y en sus últimas fases centrifugarse de sus rumbos ideológicos originales para estacionarse perennemente en posiciones fascistas con el consabido saldo rojo en el bienestar social. Tan malo Castro como Pinochet, Videla o Chávez, la represión o la demagogia. Extremos de una misma “Rebelión en la Granja” que se prolonga hasta el infinito. Es claro que un pueblo que en vista de las circunstancias no tiene mas alternativas que el despojo o la mentira, cuando se le ofrezca la oportunidad de participar en la charada de la democracia yendo a las urnas elija la segunda como opción que le permitirá participar de un poco de esperanza y termine comprando el barato mesianismo de un quijote de cartón. Hoy ese quijote viene en la forma de otro general de opereta pasado por agua y se llama Hugo Chávez. El presente modelo a seguir para todas nuestras izquierdas.
Para la derecha latinoamericana de hoy existen dos tipos de lideres socialistas: los que comen y se van y los que no sabemos porque no se callan. Chávez pertenece al segundo bloque aunque ha comido en la misma mesa de los primeros. Con los dos, el pueblo pauperizado, abusado y negado por sus propias plutocracias, se identifica al instante. Así pues, un hombre que en los discursos oficiales canta, lee la biblia, chismea y cuenta chistes al mismo tiempo que arenga, dirige los destinos de uno de los países mas ricos en recursos de todo el mundo, y que encima de todo es la reencarnación de “El Libertador de América” no puede dejar de ser irresistible para la ingente masa popular. Por eso no se calla. Ese es su principal capital a falta de plataforma política ya que cuando se trabaja con las ideas prestadas llega un momento en que las venas abiertas ya no son suficientes para convencer.
El único antídoto contra este tipo de charlatanes radica en el pueblo. El mismo que los crea. Las revoluciones no son más que periodos de reprogramación en la idiosincrasia de los pueblos, donde dicha reprogramación se da generalmente en forma violenta. La otra forma de reprogramar a un pueblo para que madure su pensamiento político y aprenda a reconocer y a exigir sus derechos, en lugar de vivir dependiente de la esperanza de la dádiva hipócrita de los políticos, se da en las aulas de enseñanza y aunque igual de contundente que la primera tiene la desventaja de requerir mas tiempo, un pueblo paciente y verdaderos apóstoles. Si algo de esto falla tarde o temprano la inercia del funcionamiento social devendrá en la violencia de una revolución armada donde el único que sufre al final de cuentas es nuevamente el pueblo.
Para combatir estos vicios históricos en Latinoamérica necesitamos pueblos mas preparados, menos oportunistas y más responsables. Los líderes no son más que el reflejo amplificado de sus sociedades. Las únicas revoluciones que tienen éxito empiezan en el interior de uno mismo y terminan siendo la suma de los individuos. Un pueblo que sale a votar pensando en “Y ahora, ¿Quién podrá ayudarnos?” No se merece de líder ni al Chapulín Colorado. Mientras no sepamos que le vamos a pedir a nuestros candidatos y sobre todo, mientras no aprendamos a exigirles cuando ya funjan como servidores públicos, seguiremos siendo merecedores de líderes inescrupulosos que aprovechan nuestra deshonestidad como ciudadanos para hacernos partícipes de pequeñas triquiñuelas amparadas por sus gobiernos de manera que quedemos desautorizados moralmente para poder denunciar las colosales redes de corrupción en las que ellos se mueven. Si no entendemos esto de una vez por todas, con las migajas de nuestras miserias seguiremos alimentando eternamente a monstruos tan seductores como Hugo Chávez.
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