miércoles, 13 de agosto de 2008

Las Obras Completas de William Shakespeare



“¬ Mi hija me decía que nadie conoce a Shakespeare mejor que usted.
¬ ¿Chicaspiar?... ¡Ah sí, Chicaspiar!... ¡Uh! Íntimo, señora. Le digo a usted que es una cosa... ya de amistad, ¿verdad?... Pues ha habido cierta comprensión entre ambos dos. Y desde luego pues… muy buen individuo. Personalmente, oiga usted, es cosa que pos, no está usted para saberlo ¿no?, pero sí, siempre el me ha dispensado…que pudiéramos llamar una amistad síncera, ¿verdad?... De esas cosas que siempre andamos los dos: “que Chicaspiare ¿Dónde vas?...pos vamos para acá… ándale Chicas, donde quieras”. Es de esa cosa así de…de espontaniedad, ¿verdad?... franqueza. Hace como tres semanas tuvimos un incidente…como le dije: “Mira Chicas, ¿porqué haces esas cosas? Conmigo sé, de plano, o como eres o… ¿qué es eso?”…pero no, ¿verdad?... ¡así es Chicas, éste!
¬ ¿Y Bernard Shaw?... ¿No es del suo agrado la “Juana de Arco”?
¬ ¿Bernardshow y Juana de Arco?... ¿Juana de Arco?... ¡Oh sí, Juanita!... ¡Cómo no, hombre!...Ora que es cuestión de gustos. Mire usted, por ejemplo, a mi me gusta más Toña la Negra”.

Así definía Cantinflas, en la pantalla del cine, su relación personal y espiritual con el “Bardo de Avón” frente a un selecto grupo de intelectuales y artistas en 1943. Y lo curioso es que la misma ambigüedad que rodeaba el cantinflesco discurso, respecto de la genialidad del dramaturgo, estuvo presente en la propia época isabelina inclusive para el mismo Shakespeare. Como producto de su tiempo, William Shakespeare escribía como modo de vida, atendiendo una profesión enteramente nueva, la cual era consecuencia del florecer tardío del Renacimiento en Inglaterra. Sin mas deseo de trascendencia que el de proveer a la Compañía Teatral en la cual trabajaba de libretos que atrajeran al público y le permitieran, como miembro de la misma, vivir decentemente y reunir lo suficiente para regresar a un retiro tranquilo a Stratford, su pueblo natal en la campiña inglesa, a orillas del río Avón. Bajo estas circunstancias, la palabra “genio” jamás pasó por su cabeza ni por la de sus contemporáneos. Siendo mas importante para gente como Ben Johnson, Christopher Marlowe y el propio Shakespeare la supervivencia, esto es, la posibilidad de poder presentar públicamente sus trabajos desafiando a la censura puritana de las autoridades londinenses de la época, que reprobaban la exhibición de tales espectáculos en la ciudad, pues favorecían, a su interior, la desagradable y peligrosa coincidencia de los estratos mas bajos y deleznables de la sociedad londinense con la aristocracia inglesa.

Siete años después de su muerte sus amigos, dos actores sobrevivientes de su compañía de teatral, ganan la primera batalla, a nombre de Shakespeare, en contra del olvido. En 1623 se publican por primera vez las obras de William Shakespeare en un solo volumen, conocido como el “Primer Folio”. Un año después son aceptadas en la Biblioteca de la Universidad de Oxford, que diez años antes las había rechazado por la persona del mismo Sir Thomas Bodley, junto a las demás piezas producto del Teatro Isabelino, por considerarse obras de entretenimiento con valor ínfimo en términos literarios. Dicho Primer Folio contiene las 36 obras fundamentales del dramaturgo inglés divididas en tres categorías: 14 comedias, 10 dramas históricos y 12 tragedias. Años después y en ediciones posteriores se agregarían mas hasta completar 43 obras, algunas de las cuales son de discutida autenticidad respecto de su legitimidad como obras del autor inglés.

A pesar de que Shakespeare jamás tuvo ambiciones literarias, la publicación de sus obras ejerció una enorme influencia en la cultura inglesa, llegando a convertir su nombre en el referente esencial de la literatura anglosajona. El Jubileo de 1769, producido por el actor teatral David Garrick fue el detonador de la leyenda del “Bardo de Avón”. Garrick, inmortalizado por el poeta Juan de Dios Peza como aquel actor inglés que hacía reír llorando, fue el primer actor, director y productor de teatro que dedicó gran parte de su obra a descubrir al mundo la profundidad que guardan las obras de Shakespeare y a hacer del mundo su escenario, revelándolo al mundo en todos los matices su grandeza artística como el genio que fue. En siglos posteriores la obra de Shakespeare trascendería al resto de las Bellas Artes en la música de Tchaikovski, Mendelssohn y Nicolai o en las películas de Lawrence Olivier, Franco Zeffirelli y Kenneth Branagh. En la actualidad, para la cultura universal es casi imposible negar la deuda que tiene con la obra de Shakespeare y son muchas las piezas que están basadas o influidas por sus obras, llegando su huella cultural a extremos de idolatría en escritores como Harold Bloom. De la misma manera, la permanente representación de su ingenio es motivo indispensable del teatro contemporáneo. En Londres, recientemente se ha honrado su memoria con la reconstrucción del antiguo y emblemático Teatro “El Globo” que fuera el lugar donde dio a conocer al público la magia de su talento. Aunque la soberbia calidad de sus guiones y la profundidad de sus diálogos han hecho pensar a muchos que quizá la modesta figura de un actor de origen provinciano, tal y como lo era Shakespeare, no estuviera a la altura de tales creaciones y prefieren pensar que figuras mas calificadas como Francis Bacon, Thomas Middleton, Christopher Marlowe, Edward de Vere, la propia reina Isabel I o inclusive, anacrónicamente, Daniel Defoe, eran los verdaderos creadores detrás de sus obras, lo cierto es que no se ha podido comprobar nada a este respecto y sus detractores solo han cooperado a engrandecer la leyenda que rodea al dramaturgo.

Pero dejemos que sea el propio Cantinflas quien escriba el corolario a la obra del genio en la conclusión de su diálogo en su inolvidable adaptación de “Romeo y Julieta”:

“Señoras y señores. Me da mucho gusto haber sido oijeto de esta conversación, para decirles a ustedes, en representación de mi amigo Chicaspiare, que me siento muy honroso. Me siento abochornado y al mismo tiempo solícito, de dirigirles las palabras para no hablar sobre la personalidad de Chicaspiare porque la conocemos. Sabemos quien fue ese hombre grande… Chicaspiare… que supo analizar y que supo, en todos los terrenos y en todos los aspeitos, demostrar que es un genio. Y es un genio porque recuerdo aquellas palabras que me dijo… dice: “Mira, ¿Qué somos en la vida sino abrojos del arroyuelo salidos del pantano de la desilusión?”... ¡Que frases!... ¡Que frases que encerraban todo!... todo lo que puede encerrar una frase fraseológica. En mi última gira por San Juan de las Colchas, pueblo risueño al lado de lo que podríamos llamar… de la frontera del norte, donde todo es pureza. Ahí, pude convencerme que todos nosotros… que el momento momentáneo en que vivimos… que sabemos comprender porque no somos… ni seremos… ¡Jamás!... en la vida, pero si tener en cuenta esta pisología de la… del universo… Entonces, ¡Camaradas Agraristas! El momento debe ser en cualquier momento…”.

Llegados a este punto, recapitulemos y meditemos un poco sobre estas reflexiones de los genios y sus genialidades y, si les parece, de Bernard Shaw, Juana de Arco y la relación simbiótica entre ellos y la oscura e insondable profundidad del arte, en la voz de Toña la Negra, hablaremos en otra ocasión.

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