A principios de los ochenta John Huston realizó una película cuyo título en español fue "Escape a la Victoria". Esta ofrecía un reparto muy atractivo, para todos los gustos, con estrellas cinematográficas tales como Michael Caine, Max von Sydow y Sylvester Stallone, además de figuras del balompié como Pelé, Oswaldo Ardiles y Bobby Moore. La trama era muy simple: en un campo de concentración nazi, los alemanes organizan un partido contra los prisioneros de guerra después de ver que las habilidades de los aliados cautivos en el dominio del balón constituían un reto interesante para probar la superioridad de la raza aria.
Lo más interesante del asunto es que el guión de la película está basado en un hecho real según lo cuenta Eduardo Galeano en su libro "El Futbol: A Sol y a Sombra". Helo aquí: A mitad de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración nazi ubicado en territorio ucraniano de la antigua Unión Soviética, los oficiales alemanes descubrieron que entre sus huéspedes se encontraban los integrantes del famosísimo equipo de futbol Dínamo de Kiev y organizaron un partido con fines de alimentar el orgullo germano. El partido resultó desafortunado para ambos bandos, pero especialmente para los victoriosos: los rusos no escapan como los prisioneros comandados por Pelé en la película de Huston, sino que se ganan el derecho a ser fusilados esa misma madrugada por sus contrincantes que no habían sabido defender la tarde anterior el honor nazi en el campo de juego.
Todo esto sucedía en momentos en que las copas mundiales de futbol se mantenían interrumpidas por causas de fuerza mayor como lo es una guerra mundial. Hasta hoy el mundo se pregunta qué habría pasado si se hubieran celebrado los mundiales de 1942 y 1946. Es sabido que la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) tenía entre sus planes otorgar los dos siguientes mundiales a Alemania y Argentina respectivamente, pero con el advenimiento de la guerra prefirieron empacar la copa Jules Rimet y esconderla en Roma debajo de la cama de alguno de los funcionarios de la Federación. Oficialmente el campeón mundial seguiría siendo Italia, que se había coronado precisamente en los dos últimos mundiales.
Quedaba la duda, sin embargo, sobre si la escuadra azurri era realmente el equipo más poderoso del momento, después de todo, estas dos últimas ediciones previas a la guerra habían sido más bien una versión exclusivamente europea, como en su caso, había sido mayoritariamente latinoamericana la versión uruguaya de 1930. Además se decía en ese entonces que Inglaterra era el campeón sin copa. Imbatido en Wembley desde el principio de los tiempos, los orgullosos británicos se habían resistido a asistir a los mundiales con lo que tácitamente desautorizaban con su ausencia cualquier campeonato internacional en el que no estuviera participando la selección creadora del deporte. Ya terminada la guerra, la FIFA se reunió en Luxemburgo en 1946 para iniciar los preparativos del siguiente mundial que sería llevado a cabo en Brasil.
La Convención de Luxemburgo fue muy importante porque Jules Rimet y Stanley Rous, el poderoso presidente de la federación inglesa, se dieron la mano e Inglaterra aceptó ser aceptada dentro de la comunidad internacional del futbol. El hecho se celebró con un encuentro entre el todavía campeón Italia e Inglaterra y en el que los ingleses derrotaron a los italianos, lo que significó un retiro doloroso para Vittorio Pozo, el legendario técnico bicampeón de la década de los treinta. Es cierto que no es cierto, pero para evitar la ausencia oficial del futbol en los cuarenta, en ocasiones se antoja pensar, siguiendo el juego de las elucubraciones, que la final del mundial nazi de 1942 pudo haber sido aquel partido entre los alemanes y los rusos por el simbolismo que encierra y el reflejo político fiel de la época, mientras que el mundial de escritorio de Luxemburgo en 1946, también tuvo su final, aunque jugada muchos meses después, en el Italia-Inglaterra, que significó el regreso de la vieja Albión a la convivencia internacional y fincó las bases de la unión del mundo por medio de un balón.
Lo más interesante del asunto es que el guión de la película está basado en un hecho real según lo cuenta Eduardo Galeano en su libro "El Futbol: A Sol y a Sombra". Helo aquí: A mitad de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración nazi ubicado en territorio ucraniano de la antigua Unión Soviética, los oficiales alemanes descubrieron que entre sus huéspedes se encontraban los integrantes del famosísimo equipo de futbol Dínamo de Kiev y organizaron un partido con fines de alimentar el orgullo germano. El partido resultó desafortunado para ambos bandos, pero especialmente para los victoriosos: los rusos no escapan como los prisioneros comandados por Pelé en la película de Huston, sino que se ganan el derecho a ser fusilados esa misma madrugada por sus contrincantes que no habían sabido defender la tarde anterior el honor nazi en el campo de juego.
Todo esto sucedía en momentos en que las copas mundiales de futbol se mantenían interrumpidas por causas de fuerza mayor como lo es una guerra mundial. Hasta hoy el mundo se pregunta qué habría pasado si se hubieran celebrado los mundiales de 1942 y 1946. Es sabido que la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA) tenía entre sus planes otorgar los dos siguientes mundiales a Alemania y Argentina respectivamente, pero con el advenimiento de la guerra prefirieron empacar la copa Jules Rimet y esconderla en Roma debajo de la cama de alguno de los funcionarios de la Federación. Oficialmente el campeón mundial seguiría siendo Italia, que se había coronado precisamente en los dos últimos mundiales.
Quedaba la duda, sin embargo, sobre si la escuadra azurri era realmente el equipo más poderoso del momento, después de todo, estas dos últimas ediciones previas a la guerra habían sido más bien una versión exclusivamente europea, como en su caso, había sido mayoritariamente latinoamericana la versión uruguaya de 1930. Además se decía en ese entonces que Inglaterra era el campeón sin copa. Imbatido en Wembley desde el principio de los tiempos, los orgullosos británicos se habían resistido a asistir a los mundiales con lo que tácitamente desautorizaban con su ausencia cualquier campeonato internacional en el que no estuviera participando la selección creadora del deporte. Ya terminada la guerra, la FIFA se reunió en Luxemburgo en 1946 para iniciar los preparativos del siguiente mundial que sería llevado a cabo en Brasil.
La Convención de Luxemburgo fue muy importante porque Jules Rimet y Stanley Rous, el poderoso presidente de la federación inglesa, se dieron la mano e Inglaterra aceptó ser aceptada dentro de la comunidad internacional del futbol. El hecho se celebró con un encuentro entre el todavía campeón Italia e Inglaterra y en el que los ingleses derrotaron a los italianos, lo que significó un retiro doloroso para Vittorio Pozo, el legendario técnico bicampeón de la década de los treinta. Es cierto que no es cierto, pero para evitar la ausencia oficial del futbol en los cuarenta, en ocasiones se antoja pensar, siguiendo el juego de las elucubraciones, que la final del mundial nazi de 1942 pudo haber sido aquel partido entre los alemanes y los rusos por el simbolismo que encierra y el reflejo político fiel de la época, mientras que el mundial de escritorio de Luxemburgo en 1946, también tuvo su final, aunque jugada muchos meses después, en el Italia-Inglaterra, que significó el regreso de la vieja Albión a la convivencia internacional y fincó las bases de la unión del mundo por medio de un balón.
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