La ruta del éxodo no siempre es la misma, depende de la época y del pueblo involucrado. Un judío contemporáneo o un cristiano occidental no podrían concebir una travesía colectiva más sagrada que la indicada por Dios hacia Israel, y para un árabe, por el contrario, no hay nada más execrable. Sin embargo, hay a quienes les vale sorbete lo que Dios piense o es simplemente que Dios ha decidido que no quiere a todos revueltos y por principio de orden los negros deben estar con los negros en la tierra de los negros y hasta se cambia el nombre de Jehová por Jah para que no haya malos entendidos de quien es el destinatario del pan que provee.
“Si eres negro y caribeño tu Tierra Prometida estará en Etiopía, que es la tierra del mesías Ras Tafari Makonnen”, también conocido como el emperador Hailé Selassié I para efectos oficiales de referencia occidental. Este nuevo derrotero implica cruzar un poco más de agua que la que tuvo que separar Moisés en el Mar Rojo para huir de Faraón y combatir nuevamente a las fuerzas de Babilonia la Grande. Si aquella vez el pueblo de Israel huía de feroces guerreros asirios, esta vez el mal está encarnado por un sutil, pero poderoso y opresivo sistema político-económico impuesto por el demonio blanco sobre la negra cerviz.
Pero como todos y en todo, Dios necesita organizarse y de vez en cuando hace uso de un coordinador operativo aquí en la tierra. Así que no nos extrañe que Jah, o sea Dios en su versión más “roots”, haya escogido como portavoz de su mensaje a un peculiar soldador que en sus ratos libres tocaba calipso y soul con sus amigos, los Rudeboys, en Kingston y que al comenzar a extender la palabra del señor entre los rastafaris cambiaron su nombre a los Wailers y su estilo musical por el del reggae.
Bob Marley ha sido uno de los pocos, o quizá el único profeta en su tierra y no sólo eso, su música y sus ideas han trascendido al resto del mundo, aunque quizás no en el mismo nivel de misticismo que entre sus correligionarios. Es que nadie mejor que un rastafari para hablar con otros rastafaris y de otros rastafaris. Es cierto que no inventó el reggae ni la doctrina del regreso a África. Para eso hubo gente que lo precedió como los Maytals y Jimmy Cliff en lo musical y Marcus Garvey en lo ideológico. Lo que sí logró fue un sincretismo entre su ideología y su arte que de inicio permeó en todas las Antillas de habla inglesa desde Jamaica hasta Barbados. Se consolidó así un bagaje cultural común en esta parte del mundo para después lanzarse a la conquista de “Babilonia en Autobús” hipnotizando a los radioescuchas a ambos lados del Atlántico, una forma, es cierto, un poco diferente de separar las aguas para abrir el camino a su pueblo en su éxodo espiritual como antes lo hiciera Moisés en el Mar Rojo.
Sus letras plantean las mismas dudas existenciales de todas las sociedades y religiones: “Is this love that I'm feeling… everyday and every night” y provee consuelo al sector más desamparado de sus seguidores “No woman, no cry… everything is gonna be all right”, y acompañan ese penoso andar de un pueblo que sigue soñado sus “Dreams of Freedom”, y alcanzando el perdón final en su “Redemption Song”. Pero es Natty Dread, su disco de 1975, el que es considerado como la suma de su credo: el uso de las drogas como sacramento, en especial la mariguana, la liberación de la opresión sobre los negros y el derecho individual de estar equivocado (right to be wrong). Defendiendo su postura, dedicó los esfuerzos de su arte al activismo por la paz en el Caribe y en África, al grado de resultar baleado en 1976. Cuenta también en su haber la ayuda que brindó para resolver la violenta campaña electoral de 1980 en Jamaica entre Michael Manley y Edward Seaga, en una época en que se consideraba que los negros eran rojos.
En diciembre de 1981 Bob Marley murió victima de un cáncer pero su herencia cultural alcanzó límites que una década antes podrían haber parecido estar en el territorio de los sueños. La influencia musical en muchas de las canciones de íconos occidentales como Eric Clapton, Paul McCartney, Paul Simon y Sting o incluso la emulación descarada de UB40 son prueba fehaciente de la solidez de la raíz musical jamaicana en el resto del mundo. Su herencia directa sigue incrementándose en la actualidad con el arte de miríadas de músicos caribeños que han encontrado en el reggae una poderosa herramienta de expresión que nos deja saber que las Antillas no sólo existen para que hagan erupción sus volcanes o sean devastadas por los huracanes. Ellas, las tierras antillanas, también pueden generar sus propias reacciones en cadena con la voluntad de su búsqueda por la libertad y absoluta autonomía.
“Si eres negro y caribeño tu Tierra Prometida estará en Etiopía, que es la tierra del mesías Ras Tafari Makonnen”, también conocido como el emperador Hailé Selassié I para efectos oficiales de referencia occidental. Este nuevo derrotero implica cruzar un poco más de agua que la que tuvo que separar Moisés en el Mar Rojo para huir de Faraón y combatir nuevamente a las fuerzas de Babilonia la Grande. Si aquella vez el pueblo de Israel huía de feroces guerreros asirios, esta vez el mal está encarnado por un sutil, pero poderoso y opresivo sistema político-económico impuesto por el demonio blanco sobre la negra cerviz.
Pero como todos y en todo, Dios necesita organizarse y de vez en cuando hace uso de un coordinador operativo aquí en la tierra. Así que no nos extrañe que Jah, o sea Dios en su versión más “roots”, haya escogido como portavoz de su mensaje a un peculiar soldador que en sus ratos libres tocaba calipso y soul con sus amigos, los Rudeboys, en Kingston y que al comenzar a extender la palabra del señor entre los rastafaris cambiaron su nombre a los Wailers y su estilo musical por el del reggae.
Bob Marley ha sido uno de los pocos, o quizá el único profeta en su tierra y no sólo eso, su música y sus ideas han trascendido al resto del mundo, aunque quizás no en el mismo nivel de misticismo que entre sus correligionarios. Es que nadie mejor que un rastafari para hablar con otros rastafaris y de otros rastafaris. Es cierto que no inventó el reggae ni la doctrina del regreso a África. Para eso hubo gente que lo precedió como los Maytals y Jimmy Cliff en lo musical y Marcus Garvey en lo ideológico. Lo que sí logró fue un sincretismo entre su ideología y su arte que de inicio permeó en todas las Antillas de habla inglesa desde Jamaica hasta Barbados. Se consolidó así un bagaje cultural común en esta parte del mundo para después lanzarse a la conquista de “Babilonia en Autobús” hipnotizando a los radioescuchas a ambos lados del Atlántico, una forma, es cierto, un poco diferente de separar las aguas para abrir el camino a su pueblo en su éxodo espiritual como antes lo hiciera Moisés en el Mar Rojo.
Sus letras plantean las mismas dudas existenciales de todas las sociedades y religiones: “Is this love that I'm feeling… everyday and every night” y provee consuelo al sector más desamparado de sus seguidores “No woman, no cry… everything is gonna be all right”, y acompañan ese penoso andar de un pueblo que sigue soñado sus “Dreams of Freedom”, y alcanzando el perdón final en su “Redemption Song”. Pero es Natty Dread, su disco de 1975, el que es considerado como la suma de su credo: el uso de las drogas como sacramento, en especial la mariguana, la liberación de la opresión sobre los negros y el derecho individual de estar equivocado (right to be wrong). Defendiendo su postura, dedicó los esfuerzos de su arte al activismo por la paz en el Caribe y en África, al grado de resultar baleado en 1976. Cuenta también en su haber la ayuda que brindó para resolver la violenta campaña electoral de 1980 en Jamaica entre Michael Manley y Edward Seaga, en una época en que se consideraba que los negros eran rojos.
En diciembre de 1981 Bob Marley murió victima de un cáncer pero su herencia cultural alcanzó límites que una década antes podrían haber parecido estar en el territorio de los sueños. La influencia musical en muchas de las canciones de íconos occidentales como Eric Clapton, Paul McCartney, Paul Simon y Sting o incluso la emulación descarada de UB40 son prueba fehaciente de la solidez de la raíz musical jamaicana en el resto del mundo. Su herencia directa sigue incrementándose en la actualidad con el arte de miríadas de músicos caribeños que han encontrado en el reggae una poderosa herramienta de expresión que nos deja saber que las Antillas no sólo existen para que hagan erupción sus volcanes o sean devastadas por los huracanes. Ellas, las tierras antillanas, también pueden generar sus propias reacciones en cadena con la voluntad de su búsqueda por la libertad y absoluta autonomía.
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